lunes, 14 de noviembre de 2016

PERICO FERNÁNDEZ & LEONARD COHEN. QEPD.


            
Para mí hablar de Perico Fernández es traerme al recuerdo, y como por arte de magia, la figura del boxeador tailandés Suansak Muangsurin, el púgil al que se le terminó apodando la “Sombra del Diablo”. Y con toda la razón. No era para menos. Si el Diablo se hubiera dedicado al noble arte de las doce cuerdas su estampa no hubiera diferido demasiado de la que presentaba Muangsurin. A mí, un niño en aquella época, me acojonaba. No me acuerdo pero podía soñar con él. Perfectamente. Y despertarme sudoroso y agitado en medio de la cama, con los ojos asustados, buscando luz entre las rendijas de la persiana. Como le ocurriría, más o menos, o así me lo imagino a Perico.

Año 1974. Suena la campana. El título mundial del superligero ha quedado vacante por el paso de Bruno Arcati a una categoría de superior pesaje,  y en Roma, el 21 de septiembre, Perico se proclama campeón al vencer a los puntos al japonés Lion Furuyama. Eran sus mejores tiempos. Esos que nunca queremos que pasen. Aún Muangsurin no se le aparecía con aquella sardónica risa y sus poses histriónicas, tan típicas del boxeo tai donde se había criado como profesional.


El 19 de abril de 1975 Perico aún defiende el título ante Joao Enrique. Su derecha se pasea señorial por el cuadrilátero y sus puños hacen el resto. Derriba sin paliativos a su rival. Con una explosiva contundencia. Como debe ser. Ante un boxeador estilista y de fino boxeo, un púgil de alta escuela, Perico consigue una victoria que le encumbra entre los más grandes del momento. Ha pasado de ser el típico pegador alocado a un púgil corajudo, sensato y fiable.

Quizás por esto la desilusión fuera mayor cuando el 15 de julio de ese mismo año, en Bangkok, donde se reparten de todo menos abrazos, Muangsurin le derriba en el 8º asalto. De golpe y a golpes. Y adiós al título. Después la revancha en Madrid, donde seguramente Perico esperaría algún que otro “abrazo” por aquello de pelear en casa, pero Muangsurin vuelve a derrotarle a los puntos. Adiós a Perico. 1º round.

Porque esta cruel revancha marcará su declive. Y sin vueltas atrás. El púgil maño ya no vuelve a levantar la cabeza. Muangsurin se ha convertido en el boxeador en alcanzar con mayor celeridad el cetro mundial. Con solo tres combates pero con un diabólico contrato rubricado con el mismísimo Belcebú, Muangsurin era una auténtica roca, una fortaleza envidiable, capaz de tragarse los golpes más terroríficos esbozando siempre esa sonrisa de Freddie Kruger que delatan sus juergas y amistades con lo más granado del Averno. Zurdo, además. Siniestro. Claro, la mano que le hacía casi invencible. Demoledora. Perico la probó en sus carnes mientras el “chino ese”, como le llamaba para abreviar, le hipnotizaba con la mirada. Gajes del Diablo, sin duda. Perico los conoció de primera mano (valga la cruel redundancia). Y se acabó.

En la rueda de prensa posterior al combate aseguró que si miraba a Muangsurin a los ojos, este le hipnotizaba. La gente no acababa de creérselo pero yo sí. Aquel Muangsurin era el demonio en persona, y si no lo era, era íntimo de él. Me apuesto lo que sea. Aquellos desplantes, sus pintas, su risotada, siempre su risa, no podían provenir de ningún otro lugar más que de la sulfurosa y apestosa laguna Estigia.

Perico nunca lo superaría. Cómo iba a hacerlo. Enemigos de esa calaña son invencibles. Con esos no se puede jugar, pensaba yo con mis diez años a cuestas. Y Perico también lo aprendió. Bien pudo haberse muerto aquella noche en Madrid. Hace casi 40 años. El Diablo nos lo habría arrebatado. Pero valiente Perico, siempre valiente, decidió aguantar y esperar. Y la espera le trajo su recompensa.

El Diablo, en su versión "Muangsurin", falleció en 1979, sobre una mullida cama de un hospital en Bangkok. Y Perico lo hizo, por 2ª vez (2º y esta vez último round) el otro día. Pero si se dice que la (son)risa va por barrios seguro que Perico sonrió, por fin, mientras se despedía definitivamente de esta tierra. Porque lo estaba haciendo después. ¡17 años más tarde que Suansak, que la mismísima “Sombra del Diablo”! Así que ¡ganador por puntos! ¡Levanta los brazos, Perico, y ríete ahora tú de todo y de todos!

Y como en esas mismas fechas Leonard Cohen le acompañó en su viaje hacia esos rincones que siempre nos resultarán a nosotros, aún mundanos, tan desconocidos, rescato, a modo de merecido homenaje, su I´m your man, porque se me ocurre, o me gustaría pensarlo, que en esa canción Leonard Cohen se dirige e interpela con sus versos a la Vida; cuando canta aquello de “Si quieres un amante…” o le promete que “si quieres un boxeador subiré al ring por ti…” . Porque Perico y él se habrán saludado. Como dos inseparables coleguitas.

Sí, lo reconozco, soy un sentimental, que diría Woody Allen ¿en Manhattan?, y me encantaría que esta versión de los hechos fuera posible. Que fuera la que de verdad ha sido mientras, en las antípodas de todas las sombras, pesadillas e infiernos, escuchamos…


If you want a lover
I'll do anything you ask me to
And if you want another kind of love
I'll wear a mask for you
If you want a partner, take my hand, or
If you want to strike me down in anger
Here I stand
I'm your man
If you want a boxer
I will step into the ring for you...

 

 
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miércoles, 2 de noviembre de 2016

SI PREGUNTAN POR "EUROPA", LA RYDER CUP CONTESTA

Redacté el presente artículo, con algunos pequeños añadidos, para las páginas digitales de El desmarque de Bizkaia. Se publicó el 10 de octubre de 2016.


Llevaba varios meses sin aparecer por estas benditas e imprescindibles páginas de El desmarque. En realidad las razones han sido variadas. Un poco por el trabajo, un nuevo libro cuyas correcciones me han tenido ocupado todo el verano, pero sobre todo por la falta de alicientes deportivos que me hayan hecho sentarme frente al ordenador. Y a mí esa motivación me resulta tan necesaria como supongo que un trago de agua lo será para un maratoniano que desea aguantar los 42 kilómetros y 195 metros de su particular y memorable odisea.

Y la verdad es que estas motivaciones deportivas han brillado últimamente por su ausencia. Los JJOO me han pillado con el pie cambiado, a mucha distancia y con un océano de por medio que se me ha hecho eterno y enormemente aburrido. Habrían sido unos JJOO para olvidar si en algún momento los hubiese recordado. Vaya, que se me han pasado sin pena ni gloria, y si para algo me han servido es para descubrir que el volley-playa es una modalidad deportiva muy respetable (eso lo son todas) pero que si alguno de aquellos venerables griegos de la antigüedad levantara el pescuezo lo volvería a hundir en la tierra mediterránea con más vergüenza que sorpresa.

Después nos ha venido el fútbol, la Liga, ahora Santander, y la Champions y la Europa League. Nada verdaderamente nuevo en el panorama, y además ya habrá tiempo de escribir algo sobre todo este enorme negocio de la pelota rodando sobre un campo de hierba.

Y también empezó la ACB y también se nos ha ido Pablito, el menudo pero grandísimo pelotari Pablo Barasaluce al que desde aquí deseo la mayor de las suertes en todo aquello que vaya a emprender a partir de ahora, con el gerriko quitado y lejos (¿o no?) de los frontones. Pablo se lo merece. Si una palabra se me viene a la cabeza cuando alguien me menciona su nombre ésta es, sin duda, “honradez”. Y de esta no son muchos los que pueden presumir, y menos aún en estos convulsos meses que nos están tocando sufrir. Así que Pablo será siempre un magnífico ejemplo de deportista, y de persona a quien poder imitar sin temor a equivocarnos. Seguro que no nos arrepentiremos. Seguro que tardaremos en olvidarle. Agur, Pablo! O mejor todavía, gero arte, Pablo!
 
Y han habido muchos otros acontecimientos deportivos de los que ahora no me acuerdo y que habré dejado (mea culpa) pasar de largo. No se puede estar a todo. Y el mundo del deporte da para muchísimas cosas. En realidad da para todo. Es probablemente el resumen más aproximado y acertado de lo que es la vida, esta existencia en que los humanos sapiens llevamos enredados desde hace más de 150.000 años. Y para muestra un botón. Que es de lo que voy a terminar escribiendo: la Ryder Cup, y en concreto, la Ryder Cup en su edición 41ª que se ha celebrado este año en Chaska, Minnesota, USA, en el campo de Hazeltime, desde el 27 de septiembre hasta el 2 de octubre.

¿O sea que ahora voy a ponerme a escribir sobre golf (las imágenes incluidas me delatan)? Eso es, y sobre la Ryder Cup que, sin olvidarme ni por un momento del estrellón que viene desde Euskadi y que responde al nombre de Jon Rahm(bo) y del que tanto hablaremos durante los próximos años y que hará de este deporte una especialidad más popular y cercana que nunca, me ha hecho pensar, y me ha “puesto” y me ha emocionado, que es de lo que deportivamente andaba falto para redactar unas líneas.

Con la Ryder, que se celebra cada dos años, alternativamente en Estados Unidos y en Europa, enfrentando a los equipos de USA y de Europa, el golf pierde el hieratismo que a veces embarga a sus torneos y jugadores y se desmelena. Con la Ryder surgen los puños cerrados y en alto cuando se emboca un putt, los abrazos sentidos cuando se realiza un approach espectacular como los futbolistas se abrazan cuando se logra un gol decisivo en el último minuto de la prórroga, y los gritos eufóricos y las explosiones de alegría en una grada colorista y gamberra, sí, sí, gamberra, cuando un punto sube al marcador del equipo al que se apoya.

El formato de la Ryder, además, produce en los golfistas un efecto mágico e increíble. Abandonan por un fin de semana sus estiradas poses, las rabiosas y necesarias individualidades que, en ocasiones, nos llevan a la más pura desafección por esta práctica deportiva y pasan a convertirse en una verdadera piña, compañeros que sienten, se entristecen, y se ríen al unísono. Es el egoísmo trasmutado en la más noble y grata solidaridad. Lo que se consigue, igualmente, sin que haya dinero de por medio, ni premios en metálico; sólo honor y el placer de ganar por ganar; y esto en un deporte tan económicamente dotado como es el golf, y en un mundo tan económicamente apasionado (sic) como es este nuestro, me parece, en los albores del s. XXI, un acontecimiento que bordea el milagro. Sí, la Ryder Cup me encanta.

Sus reglas me parecen un increíble ejemplo de un plan impecablemente trazado. Cada equipo, 2 capitanes y 12 jugadores, los 12 mejores jugadores del año por cada bando. Se juega sobre la modalidad match play; es decir, no se computan los golpes sino los hoyos ganados o perdidos. Y se juega según 3 modalidades. En los foursomes con 4 jugadores, 2 por cada equipo, cada equipo juega con una bola que golpea alternativamente cada uno de los 2 miembros del equipo. Gana el hoyo el equipo que lo hace en menos golpes.

En los fourballs también hay 2 equipos y 4 jugadores pero habrá 4 pelotas y cada jugador golpea la suya. También ganará el hoyo el que lo consigue hacer en menos golpes y con ello el equipo al que representa gana asimismo el hoyo.

Finalmente, el último día de competición, se celebrarán los partidos individuales. Un jugador europeo contra otro estadounidense. El que más hoyos gana de los 18 de los que consta el campo ganará el partido.

Obviamente habrá partidos en los que no se disputen los 18 hoyos. Si, por ejemplo, un equipo o jugador va ganando el recorrido por 5 hoyos de diferencia y faltan únicamente 4 hoyos por disputar el partido termina en ese momento con el resultado de 5&4, o sea 5 golpes a falta de 4 hoyos.

Por último, la Ryder se decide sobre un total de 28 puntos. Se celebrarán 4 foursomes durante la mañana de la 1ª jornada y otros 4 foursomes durante la mañana de la 2ª jornada; 4 fourballs durante la tarde de la 1ª jornada y otros 4 durante la tarde de la 2ª jornada. Y por fin, los 12 partidos individuales (sólo aquí saltan al campo todos los jugadores seleccionados; en el resto de modalidades y días es el seleccionador quien elige a los 8 que disputarán los partidos descartando a los otros 4 jugadores).

En total, si se suma bien, son 28 puntos. Cada partido ganado 1 punto, partido perdido, 0 puntos y partido empatado ½ punto para cada equipo. En caso de igualdad final a 14 puntos el ganador será el equipo que defiende el título conquistado hace 2 años, y retiene el preciado trofeo, la Ryder Cup.

Quizás complicadillo de entender, no lo niego pero apasionante, lo juro. Nunca Europa vibra como continente y “equipo” como lo hace durante la Ryder. Nunca la bandera de estrellas en círculo sobre fondo azul ondea más orgullosa por representar una idea, la idea de Europa. Es más si alguien me preguntara la socorrida y puñetera cuestión de si hay que llamar a Europa a quién coño tengo que llamar yo, ¡eureka!, ya no tendría la más mínima duda y contestaría que telefoneara a Darren Clarke, el capitán del equipo europeo de la Ryder 2016.  Nadie sabe más que él sobre lo que es el “sentimiento europeo”. Podríamos llamarlo así, ¿no?

¡Ah! Y por cierto este año, después de haber sido derrotados en las 3 últimas ediciones, los Estados Unidos volvieron a ganar, 17-11. Pero para 2018 Europa ya está afilando los cuchillos; un decir, por supuesto. En 2018 la Ryder regresará a Europa; a París concretamente. Ya están encendidas las ganas de revancha, las ganas de volver a demostrar dónde se encuentra la auténtica hegemonía del golf mundial, las ganas de sacar a pasear el puño y el honor, las ganas de sentirse a gusto por vivir en Europa y ser europeo. Y si contamos entre los 12 elegidos con la presencia de nuestro Jon Rahm, qué más podríamos pedir. Así que el capitán del equipo de la Ryder para el 2018 (se elige a uno nuevo para cada nueva edición) tendrá, por lo menos, entre manos dos objetivos: devolver a los americanos l´amer saveur de la dèfaite o el amargo sabor de la derrota y, sobre todo, ponerse y contestar al teléfono cuando alguien llame preguntando por "Europa" ya que suele decirse, y con muy mala leche, que cuando alguien llama a ese teléfono no contesta ni dios.

De cualquier forma ya lo habría comentado Pep Guardiola, que de esto del deporte sabe un rato, la Ryder Cup es la competición deportiva más apasionante entre las que actualmente se celebran en el mundo. ¡Choca esos cinco, Pep!

 
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