Para mí hablar de Perico Fernández es traerme al recuerdo, y como por arte de magia, la figura del boxeador tailandés Suansak Muangsurin, el púgil al que se le terminó apodando la “Sombra del Diablo”. Y con toda la razón. No era para menos. Si el Diablo se hubiera dedicado al noble arte de las doce cuerdas su estampa no hubiera diferido demasiado de la que presentaba Muangsurin. A mí, un niño en aquella época, me acojonaba. No me acuerdo pero podía soñar con él. Perfectamente. Y despertarme sudoroso y agitado en medio de la cama, con los ojos asustados, buscando luz entre las rendijas de la persiana. Como le ocurriría, más o menos, o así me lo imagino a Perico.
Año 1974. Suena la campana. El título mundial del superligero ha quedado vacante por el paso de Bruno Arcati a una categoría de superior pesaje, y en Roma, el 21 de septiembre, Perico se proclama campeón al vencer a los puntos al japonés Lion Furuyama. Eran sus mejores tiempos. Esos que nunca queremos que pasen. Aún Muangsurin no se le aparecía con aquella sardónica risa y sus poses histriónicas, tan típicas del boxeo tai donde se había criado como profesional.
El 19 de abril de 1975 Perico aún defiende el título ante Joao Enrique. Su derecha se pasea señorial por el cuadrilátero y sus puños hacen el resto. Derriba sin paliativos a su rival. Con una explosiva contundencia. Como debe ser. Ante un boxeador estilista y de fino boxeo, un púgil de alta escuela, Perico consigue una victoria que le encumbra entre los más grandes del momento. Ha pasado de ser el típico pegador alocado a un púgil corajudo, sensato y fiable.
Quizás por esto la desilusión fuera mayor cuando el 15 de julio de ese mismo año, en Bangkok, donde se reparten de todo menos abrazos, Muangsurin le derriba en el 8º asalto. De golpe y a golpes. Y adiós al título. Después la revancha en Madrid, donde seguramente Perico esperaría algún que otro “abrazo” por aquello de pelear en casa, pero Muangsurin vuelve a derrotarle a los puntos. Adiós a Perico. 1º round.
Porque esta cruel revancha marcará su declive. Y sin vueltas atrás. El púgil maño ya no vuelve a levantar la cabeza. Muangsurin se ha convertido en el boxeador en alcanzar con mayor celeridad el cetro mundial. Con solo tres combates pero con un diabólico contrato rubricado con el mismísimo Belcebú, Muangsurin era una auténtica roca, una fortaleza envidiable, capaz de tragarse los golpes más terroríficos esbozando siempre esa sonrisa de Freddie Kruger que delatan sus juergas y amistades con lo más granado del Averno. Zurdo, además. Siniestro. Claro, la mano que le hacía casi invencible. Demoledora. Perico la probó en sus carnes mientras el “chino ese”, como le llamaba para abreviar, le hipnotizaba con la mirada. Gajes del Diablo, sin duda. Perico los conoció de primera mano (valga la cruel redundancia). Y se acabó.
En la rueda de prensa posterior al combate aseguró que si miraba a Muangsurin a los ojos, este le hipnotizaba. La gente no acababa de creérselo pero yo sí. Aquel Muangsurin era el demonio en persona, y si no lo era, era íntimo de él. Me apuesto lo que sea. Aquellos desplantes, sus pintas, su risotada, siempre su risa, no podían provenir de ningún otro lugar más que de la sulfurosa y apestosa laguna Estigia.
Perico nunca lo superaría. Cómo iba a hacerlo. Enemigos de esa calaña son invencibles. Con esos no se puede jugar, pensaba yo con mis diez años a cuestas. Y Perico también lo aprendió. Bien pudo haberse muerto aquella noche en Madrid. Hace casi 40 años. El Diablo nos lo habría arrebatado. Pero valiente Perico, siempre valiente, decidió aguantar y esperar. Y la espera le trajo su recompensa.
El Diablo, en su versión "Muangsurin", falleció en 1979, sobre una mullida cama de un hospital en Bangkok. Y Perico lo hizo, por 2ª vez (2º y esta vez último round) el otro día. Pero si se dice que la (son)risa va por barrios seguro que Perico sonrió, por fin, mientras se despedía definitivamente de esta tierra. Porque lo estaba haciendo después. ¡17 años más tarde que Suansak, que la mismísima “Sombra del Diablo”! Así que ¡ganador por puntos! ¡Levanta los brazos, Perico, y ríete ahora tú de todo y de todos!
Y como en esas mismas fechas Leonard Cohen le acompañó en su viaje hacia esos rincones que siempre nos resultarán a nosotros, aún mundanos, tan desconocidos, rescato, a modo de merecido homenaje, su I´m your man, porque se me ocurre, o me gustaría pensarlo, que en esa canción Leonard Cohen se dirige e interpela con sus versos a
Sí, lo reconozco, soy un sentimental, que diría Woody Allen ¿en Manhattan?, y me encantaría que esta versión de los hechos fuera posible. Que fuera la que de verdad ha sido mientras, en las antípodas de todas las sombras, pesadillas e infiernos, escuchamos…
If you want a lover
I'll do anything you ask me to
And if you want another kind of love
I'll wear a mask for you
If you want a partner, take my hand, or
If you want to strike me down in anger
Here I stand
I'm your man
I'll do anything you ask me to
And if you want another kind of love
I'll wear a mask for you
If you want a partner, take my hand, or
If you want to strike me down in anger
Here I stand
I'm your man
If you want a boxer
I will step into the ring for you...
I will step into the ring for you...