Llevaba varios meses sin
aparecer por estas benditas e imprescindibles páginas de El desmarque. En realidad las razones han sido variadas. Un poco
por el trabajo, un nuevo libro cuyas correcciones me han tenido ocupado todo el
verano, pero sobre todo por la falta de alicientes deportivos que me hayan hecho
sentarme frente al ordenador. Y a mí esa motivación me resulta tan necesaria como
supongo que un trago de agua lo será para un maratoniano que desea aguantar los
42 kilómetros
y 195 metros
de su particular y memorable odisea.
Y la verdad es que estas
motivaciones deportivas han brillado últimamente por su ausencia. Los JJOO me
han pillado con el pie cambiado, a mucha distancia y con un océano de por medio
que se me ha hecho eterno y enormemente aburrido. Habrían sido unos JJOO para
olvidar si en algún momento los hubiese recordado. Vaya, que se me han pasado
sin pena ni gloria, y si para algo me han servido es para descubrir que el
volley-playa es una modalidad deportiva muy respetable (eso lo son todas) pero
que si alguno de aquellos venerables griegos de la antigüedad levantara el
pescuezo lo volvería a hundir en la tierra mediterránea con más vergüenza que
sorpresa.
Después nos ha venido el
fútbol, la Liga ,
ahora Santander, y la Champions y la Europa League. Nada verdaderamente nuevo en el
panorama, y además ya habrá tiempo de escribir algo sobre todo este enorme
negocio de la pelota rodando sobre un campo de hierba.
Y también empezó la ACB y también se nos ha ido
Pablito, el menudo pero grandísimo pelotari Pablo Barasaluce al que desde aquí
deseo la mayor de las suertes en todo aquello que vaya a emprender a partir de ahora,
con el gerriko quitado y lejos (¿o no?) de los frontones. Pablo se lo merece.
Si una palabra se me viene a la cabeza cuando alguien me menciona su nombre
ésta es, sin duda, “honradez”. Y de esta no son muchos los que pueden presumir,
y menos aún en estos convulsos meses que nos están tocando sufrir. Así que
Pablo será siempre un magnífico ejemplo de deportista, y de persona a quien
poder imitar sin temor a equivocarnos. Seguro que no nos arrepentiremos. Seguro
que tardaremos en olvidarle. Agur, Pablo!
O mejor todavía, gero arte, Pablo!
¿O sea que ahora voy a ponerme a escribir sobre golf (las imágenes incluidas me delatan)? Eso es, y sobre
Con la Ryder ,
que se celebra cada dos años, alternativamente en Estados Unidos y en Europa,
enfrentando a los equipos de USA y de Europa, el golf pierde el hieratismo que
a veces embarga a sus torneos y jugadores y se desmelena. Con la Ryder
surgen los puños cerrados y en alto cuando se emboca un putt, los abrazos sentidos cuando se realiza un approach espectacular como los
futbolistas se abrazan cuando se logra un gol decisivo en el último minuto de
la prórroga, y los gritos eufóricos y las explosiones de alegría en una grada
colorista y gamberra, sí, sí, gamberra, cuando un punto sube al marcador del
equipo al que se apoya.
El formato de la Ryder ,
además, produce en los golfistas un efecto mágico e increíble. Abandonan por un
fin de semana sus estiradas poses, las rabiosas y necesarias individualidades
que, en ocasiones, nos llevan a la más pura desafección por esta práctica
deportiva y pasan a convertirse en una verdadera piña, compañeros que sienten,
se entristecen, y se ríen al unísono. Es el egoísmo trasmutado en la más noble
y grata solidaridad. Lo que se consigue, igualmente, sin que haya dinero de por
medio, ni premios en metálico; sólo honor y el placer de ganar por ganar; y
esto en un deporte tan económicamente dotado como es el golf, y en un mundo tan
económicamente apasionado (sic) como
es este nuestro, me parece, en los albores del s. XXI, un acontecimiento que
bordea el milagro. Sí, la Ryder Cup me encanta.
Sus reglas me parecen un increíble
ejemplo de un plan impecablemente trazado. Cada equipo, 2 capitanes y 12
jugadores, los 12 mejores jugadores del año por cada bando. Se juega sobre la
modalidad match play; es decir, no se
computan los golpes sino los hoyos ganados o perdidos. Y se juega según 3
modalidades. En los foursomes con 4
jugadores, 2 por cada equipo, cada equipo juega con una bola que golpea
alternativamente cada uno de los 2 miembros del equipo. Gana el hoyo el equipo
que lo hace en menos golpes.
En los fourballs también hay 2 equipos y 4 jugadores pero habrá 4 pelotas
y cada jugador golpea la suya. También ganará el hoyo el que lo consigue hacer
en menos golpes y con ello el equipo al que representa gana asimismo el hoyo.
Finalmente, el último día de
competición, se celebrarán los partidos individuales.
Un jugador europeo contra otro estadounidense. El que más hoyos gana de los 18 de
los que consta el campo ganará el partido.
Obviamente habrá partidos en
los que no se disputen los 18 hoyos. Si, por ejemplo, un equipo o jugador va
ganando el recorrido por 5 hoyos de diferencia y faltan únicamente 4 hoyos por
disputar el partido termina en ese momento con el resultado de 5&4, o sea 5
golpes a falta de 4 hoyos.
Por último, la Ryder
se decide sobre un total de 28 puntos. Se celebrarán 4 foursomes durante la mañana de la 1ª jornada y otros 4 foursomes durante la mañana de la 2ª
jornada; 4 fourballs durante la tarde
de la 1ª jornada y otros 4 durante la tarde de la 2ª jornada. Y por fin, los 12
partidos individuales (sólo aquí saltan al campo todos los jugadores
seleccionados; en el resto de modalidades y días es el seleccionador quien elige
a los 8 que disputarán los partidos descartando a los otros 4 jugadores).
En total, si se suma bien,
son 28 puntos. Cada partido ganado 1 punto, partido perdido, 0 puntos y partido
empatado ½ punto para cada equipo. En caso de igualdad final a 14 puntos el
ganador será el equipo que defiende el título conquistado hace 2 años, y
retiene el preciado trofeo, la Ryder Cup.
Quizás complicadillo de
entender, no lo niego pero apasionante, lo juro. Nunca Europa vibra como continente
y “equipo” como lo hace durante la Ryder. Nunca
la bandera de estrellas en círculo sobre fondo azul ondea más orgullosa por
representar una idea, la idea de
Europa. Es más si alguien me preguntara la socorrida y puñetera cuestión de si
hay que llamar a Europa a quién coño tengo que llamar yo, ¡eureka!, ya no
tendría la más mínima duda y contestaría que telefoneara a Darren Clarke, el
capitán del equipo europeo de la
Ryder 2016. Nadie sabe más que él sobre lo que es el “sentimiento
europeo”. Podríamos llamarlo así, ¿no?
¡Ah! Y por cierto este año,
después de haber sido derrotados en las 3 últimas ediciones, los Estados Unidos
volvieron a ganar, 17-11. Pero para 2018 Europa ya está afilando los cuchillos;
un decir, por supuesto. En 2018 la
Ryder regresará a
Europa; a París concretamente. Ya están encendidas las ganas de revancha, las ganas
de volver a demostrar dónde se encuentra la auténtica hegemonía del golf
mundial, las ganas de sacar a pasear el puño y el honor, las ganas de sentirse a
gusto por vivir en Europa y ser europeo. Y si contamos entre los 12 elegidos con
la presencia de nuestro Jon Rahm, qué más podríamos pedir. Así que el capitán
del equipo de la Ryder para el 2018 (se
elige a uno nuevo para cada nueva edición) tendrá, por lo menos, entre manos dos
objetivos: devolver a los americanos l´amer
saveur de la dèfaite o el amargo sabor de la derrota y, sobre todo, ponerse
y contestar al teléfono cuando alguien llame preguntando por "Europa" ya que suele decirse, y con muy mala leche, que cuando alguien llama a ese teléfono no contesta ni dios.
De cualquier forma ya lo habría
comentado Pep Guardiola, que de esto del deporte sabe un rato, la
Ryder Cup es la competición
deportiva más apasionante entre las que actualmente se celebran en el mundo.
¡Choca esos cinco, Pep!
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