martes, 20 de septiembre de 2016

SHAKESPEARE VS CERVANTES, 4º ROUND; SORRY, 4º CENTENARIO


Voy a contribuir, porque con esta cachaza se me pasa el arroz y se me acaba el año, a esto de los cuartos centenarios de los fallecimientos de Don Miguel (de Cervantes) y de Sir William (Shakespeare) con alguna de mis clásicas vueltas de tuerca o salidas de tono. Hoy me apetece enredar y poner sobre el tapete una cuestión sobre la que no he oído reparar y que, además, quizás conteste a muchos de los desconcertados interrogantes que desde aquí, desde este lado de Europa, nos planteamos, o yo por lo menos, yo me planteo bastante a menudo.

Resumo: ¿por qué Shakespeare continúa siendo universal e, incluso, castellanamente conocido y leído, y a Cervantes, ¡y en su país natal!, le conocen sí pero no le “hojea” ni dios, según claman y atestiguan los eruditos (que de éstos sí que tenemos unos cuantos; posiblemente, demasiados) y las eternas, tristes, últimas y siempre desoladoras encuestas?

Se me ocurre una cosa: ¿tendrá algo que ver con todo este despropósito el hecho de que “seamos como somos”, o sea, nunca-jamás profetas en nuestra tierra, o sería más acertado que huyéramos, y como de la peste, de estos lugares comunes (vade retro semper!), y echáramos mano, o añadiéramos otros argumentos para tratar de explicar lo que resulta tan palmario y evidente: ¡Shakespeare a muerte!, ¡Cervantes manco y caput!?

Y se me ocurre: ¿tendrá esta inapelable cuestión algún avieso contacto con el hecho de que a Sir William le leemos traducido y, por lo tanto, convenientemente adaptado a nuestras vidas y años, mientras Cervantes continúa apareciendo impreso en el mismo castellano de los siglos XVI y XVII, en versión original, esto es, en un castellano de hace ya ¡cinco siglos!, y que a casi todos los españoles nos suena hoy a chino-mandarino y nos cuesta un dolor de sienes entender y seguir?

Y se me ocurre más todavía: ¿resultará el inglés en el que hablaba y escribía Shakespeare tan extraño y distante del que hablan y escriben los angloparlantes del siglo XXI como lo es para nosotros, castellanoparlantes de ese mismo siglo, el primoroso castellano de Cervantes?

Quizás, tirando por ahí, pudiéramos hallar algunas respuestas a los sonrojantes resultados de los cuestionarios con que los mass media nos torturan cada cierto tiempo y en los que el bueno de Cervantes aparece, entre los españoles, no sólo manco sino apaleado y ninguneado.

Claro, Shakespeare siempre suena moderno y actual. Cervantes, carcamal y anticuado. Pero defender que a ello la traducción no rinde una ayuda harto beneficiosa sería mentir como bellacos. El autor, el que sea, no puede imaginar la suerte que correrá su idioma en un futuro más o menos lejano. Consiguientemente, la adaptación a esas nuevas voces y modos es algo que escapa completamente a su arte. Pero para eso, para aquello que escapa del autor, como de cualquier vecino de su tiempo por su estricta, necesaria e imprescindible contemporaneidad, para eso, digo, están los traductores. Ellos, con buen oficio, consiguen que una obra escrita hace cuatro siglos, por ejemplo, aparezca ante nuestros moderrnetes ojos y oídos como un relato escrito hace cuatro meses.

Es a partir de ahí cuando el traducido Sir William siempre disputará, entre nosotros, españoles a pie de calle, la carrera por la notoriedad con una inalcanzable velocidad para el puro y original y lentorro Don Miguel.

Cito por no aburrir un par de casos. A ver qué tal nos suenan. Propongo una disputa, como en un vulgar concurso televisivo y/o radiofónico al uso, y para que ésta sea justa, el mismo tema para ambos autores, para Shakespeare y Cervantes: el tan socorrido love o amor. Sin límite de tiempo. Que lo tenemos de sobra. Primero leamos, venido desde Strafford-Upon-Avon, a Sir William Shakespeare:

¿A un día de verano compararte?...
¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.

A veces demasiado brilla el ojo
solar  y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.

Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos
cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

¡Pero ojo, en la versión traducida por Manuel Mújica Láinez!

Luego, llegado desde Alcalá de Henares, a Don Miguel de Cervantes:
 
A Dulcinea del Toboso
¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea,
por más comodidad y más reposo,
a Miraflores puesto en el Toboso,
y trocara sus Londres con tu aldea!
¡Oh, quién de tus deseos y librea
alma y cuerpo adornara, y del famoso
caballero que hiciste venturoso
mirara alguna desigual pelea!
¡Oh, quién tan castamente se escapara
del señor Amadís como tú hiciste
del comedido hidalgo don Quijote!
Que así envidiada fuera, y no envidiara,
y fuera alegre el tiempo que fue triste,
y gozara los gustos sin escotes.
 
¡Pero ojo, éste a pelo y más original que los helados de queso! 

Y por si alguien del jurado no estuviera aún muy convencido y dudara en emitir su veredicto, le dejaríamos el monólogo shakesperiano de Shylock en El mercader de Venecia, puntualmente traducido para la versión que en el cine hizo Al Pacino, junto al famoso también (aunque pocos lo hayan echado el merecido vistazo) episodio cervantino de los molinos de viento de Don Quijote, pero en versión original (sin subtítulos), y que la extensión de uno y otro no nos despiste, que por ahí no van los tiros. Primero, la traducción del mercader:

¿Y cuál es su razón? ¡Que soy judío! ¿No tenemos ojos los judíos? ¿No tenemos manos, órganos, dimensiones, sentidos, afectos, pasiones? ¿No comemos lo mismo? ¿No nos hieren las mismas armas, no sufrimos las mismas dolencias y nos curan los mismos remedios? ¿No sufrimos en invierno y en verano el mismo frío y el mismo calor que los cristianos? Y si nos pincháis, ¿no sangramos? si nos hacéis cosquillas, ¿no reímos?, si nos envenenáis, ¿no perecemos? y si nos ofendéis, no vamos a vengarnos? Si en todo lo demás somos iguales, también en eso lo seremos.

Segundo, los molinos de Don Quijote sin subtítulos:

(…) En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vió, dijo a su escudero: la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.
 
Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas del viento hacen andar la piedra del molino. Bien parece, respondió Don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigantes, y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla. Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas: non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por Don Quijote, dijo: pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.

Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle a todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear, tal fue el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! dijo Sancho; ¿no le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? Calla, amigo Sancho, respondió Don Quijote, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo han de poder poco sus malas artes contra la voluntad de mi espada. Dios lo haga como puede, respondió Sancho Panza. Y ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba; y hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del puerto Lápice (…)

Ya está. El jurado y, sobre todo, vosotros diréis. Aunque a mi modesto parecer la cosa tiene una complicada y muy puñetera solución. ¿O habría que traducir, y sin que esto suponga ningún menoscabo, a Cervantes y nos quedarnos tan anchos? ¡JA! Como subtitular al castellano una película argentina y confiar en que ningún platense se mosquee y nos rompa la cara, y con razón.

Así que me temo que en estas que estamos en el cuarto centenario de Cervantes seguiremos estándolo en el quinto y en el sexto. Aunque yo, por si las moscas, aquí os incluyo el original y sin subtítulos monólogo de Shylock, y lanzo al aire las últimas preguntas, ¿será este inglés para los anglosajones del siglo XXI tan pesado como lo es el castellano de Cervantes para nosotros? Juraría que no pero me gustaría dar otra vuelta de tuerca al tema y saber porqué. Si la respuesta me sorprende y es afirmativa, tampoco me quedaría con la boca cerrada y re-preguntaría, por qué. Pero mientras localizo y contacto con algún colega proficiency o con algún viejo profesor del colegio o con algún amable comentarista de esta entrada y les formulo estas preguntas, aquí os dejo con las sabias, originales y sin subtitular, palabras de Shylock, por si algún nativo del Bre-exit consulta, de vez en cuando, este mismo blog y quiere también darme una respuesta que será, sin lugar a dudas, muy bienvenida:

(…) And what's his reason? I am a Jew. Hath not a Jew eyes? Hath not a Jew hands, organs, dimensions, senses, affections, passions? Fed with the same food, hurt with the same weapons, subject to the same means, warmed and cooled by the same winter and summer, as a Christian is? If you prick us, do we not bleed? If you tickle us, do we not laugh? If you poison us, do we not die? And if you wrong us, shall we not revenge?
If we are like you in the rest, we will resemble you in that.
 
 
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lunes, 5 de septiembre de 2016

RADIOHEAD, SU MELODÍA INFINITA


En una vieja entrada en este blog, más en concreto el 13 de octubre de 2012, escribíamos sobre el concepto de melodía infinita que Richard Wagner acuñó en el ensayo que tituló La música del porvenir.

Pero no vamos a repetir aquellas cosas que dijimos entonces. La entrada continúa ahí a disposición de todo aquel o aquella que quiera perder un poco de su valioso tiempo en hojearla y en dar con su texto otra vuelta de tuerca a esas ideas que tan firmemente (¿o no?) tiene arraigadas en su cabeza. La entrada, para más señas y por si acaso, lleva aún por título HABLANDO DE CINE (Y 2): LA MELODÍA INFINITA.

Y para ilustrar y explicar el concepto wagneriano incluíamos algunos representativos ejemplos de eso que podríamos contener dentro de la idea de “melodía infinita”, una de mis películas favoritas, En el curso del tiempo de Wim Wenders, y una música que tampoco encuentra su principio ni final en sus acordes (como aquella tampoco los encontraba en sus fotogramas), que pudiera estar sonando infinitamente, y citábamos, ¡cómo no!, el aria central de la inmortal Tristán e Isolda del mismo Wagner y el tema de The Cure, sí, The Cure, A Forest, sí, A Forest que en alguna de las versiones que el grupo realiza en directo es capaz de sumergirnos en un océano de notas, acordes y ritmos que parecieran no fueran a tener fin jamás. Es una melodía infinita más de 100 años después de que la enunciara Wagner.

Pero he aquí que casi 4 años después de que escribiera aquella entrada he vuelto a encontrarme con una música que no desmerecería de estos dos ilustres precedentes y que hace perfecto honor a aquello sobre lo que Wagner dio tantas vueltas de tuerca.

 Fue el sábado pasado, escuchando Radio3 (soy un clásico), donde la cadena retransmitía en diferido el concierto que Radiohead ofreció el 8 de julio de este mismo año en Suiza, en St. Gallen más concretamente (por su parte, los culinquietos ya han subido a YouTube el full concert). Ocurrió mientras el concierto se alargaba, mientras los breves temas con los que la noche se inició fueron haciéndose más extensos, más cautivadores, más hechizantes. Porque esto de la melodía infinita no deja de ser eso, un hechizo del que nunca quisiéramos despertar. Fueron y son momentos especiales, eternos, e insertamos, para disfrute del que haya llegado hasta aquí, el mágico Street Spirit que la banda incluyó en su disco The Bends en la versión que el grupo tocó en el mítico Festival de Glastonbury de 1997; concierto al que la entusiasmada crítica no ha dudado en calificar como uno de los mejores de todos los tiempos.


Ahí las semejanzas de Radiohead con The Cure se me antojan y se me hacen incontestables. Por eso también sigo pensando que son todavía los dos mejores grupos del momento. El resto queda a años luz de ellos; sobre todo de sus increíbles y wagnerianas melodías infinitas.
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