Dicen que la Campaña electoral ya ha comenzado. Por segunda vez en los últimos seis meses. Pero también dicen que la soberanía reside
en el pueblo. Y si esto segundo es así y nos lo
creemos, deberíamos actuar en consecuencia sino la frase será agua de borrajas,
otro de esos lugares comunes que todo el mundo cacarea y sobre los que nadie
esté ni medianamente convencido. Luego mejor haríamos en olvidarnos de ello y
apuntarnos a otra consigna, porque como bien decía Groucho Marx, soy hombre de
principios pero si no le gustan éstos también tengo otros.
Y como a terco no me gana casi nadie voy a demostrarlo. Con los resultados electorales del 20D, en la mano, el país claro que es gobernable. El PP como partido más votado debería formar gobierno. El pueblo soberano así lo dictaminó. Y también dictaminó que no lo hiciera en solitario porque para eso nuestra voluntad popular y soberana fue que no contara con una mayoría absoluta. Y por lo tanto que tuviera que buscarse la vida, que se acercara al segundo partido más votado, que por algo fue el segundo y se merece, por lo tanto, esa distinción, buscando los apoyos suficientes y necesarios para armar ese gobierno estable que cualquier ciudadano en sus cabales deseamos tener. Y así, PP (123)+PSOE (90) = 213 escaños: mayoría absoluta. Y asunto arreglado.
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Aunque si realmente nos creemos
que la soberanía reside en el pueblo, y que esta frase lejos de ser un camelo
constituye la piedra angular sobre la que descansa nuestro Gobierno, deberíamos
aplicarla concienzudamente y hasta sus últimas consecuencias. Pero, ¿cómo se
come esto? Vayamos por partes.
Que la soberanía reside en el
pueblo tendría su primera aplicación en el sistema electoral. Y así en España, por
ejemplo, y ya que además es lo que nos toca más a mano, las Elecciones
Generales, de donde salen los componentes de las dos principales Cámaras del
país, el Congreso y el Senado, se realizan cada cuatro años y mediante ellas el
pueblo ejerce su soberanía. Vota libremente y decide con su voto quién quiere
que, durante los próximos cuatro años, le vaya a gobernar. Y esto es sagrado. Y
sobre esto no creo que haya muchas voces discordantes. Estamos de acuerdo,
¿verdad?
Pero aunque a simple oído todos parecen decir que sí luego con
las manos en la masa, con los pies sobre la tierra, bajados al terreno que
dibuja la más cruda realidad, la “sagrada” afirmación no parece tenerlas todas consigo. Y por ahí nos empiezan a venir los
problemas y los punzantes quebraderos de cabeza. Como por ejemplo, estas
jaquecas o, más bien, lodos en los que andamos metidos desde la celebración de
las últimas Elecciones Generales o, más en concreto, desde que el recuento de
votos de tales Elecciones arrojó el resultado que arrojó, y que al decir de
muchos concienzudos analistas hacen que el país sea, mal que nos pese,
ingobernable y que, de esta forma, nos veamos abocados a una repetición
electoral si es que queremos sacar nuestros zapatos de este paralizante lodazal.
Pero, ¿es cierto todo esto?
En parte, sí. No lo voy a negar. Es indiscutible que los resultados y
consecuencias de las Elecciones Generales de 2015 nos han llevado a carecer,
por vez primera en nuestra historia reciente, de un gobierno en condiciones que
nos gobierne, tal y como era nuestra pretensión allá por el mes de diciembre,
la pretensión del pueblo soberano, no lo olvidemos. Y como consecuencia de ello
se extiende y se enquista, como mal menor, la pretensión de repetir las
elecciones.
Pero yo aquí levantaría la
mano, me planto y me apeo del carro. Yo me niego a repetir nada. La repetición de
las Elecciones sería asumir que el pueblo, que los ciudadanos nos hemos
equivocado y que, entonces, los políticos amablemente (sic) nos conceden una segunda oportunidad. Y no, esa rueda de
molino yo, por lo menos, no me la trago ni con bicarbonato.
Porque yo, el pueblo soberano,
ya voté una vez. Y los resultados fueron los que el pueblo soberano y yo
quisimos. Los recuerdo por si acaso, PP,
123 escaños; PSOE, 90; Podemos, 69 y C´s, 40; y podríamos seguir pero estos son los principales
protagonistas y nada más lejos de mi intención que aburrir más de la cuenta a
los ya de por sí sufridos lectores. Y que nadie nos venga con la monserga de
que éstos son unos resultados imposibles de manejar, que la mayoría absoluta
son 176 escaños, y que cómo coño se puede alcanzar semejante cantidad de
escaños. A lo que yo, como representante del pueblo soberano que soy, y ni más
ni menos cualificado que cualquier otro, me lavo las manos y digo ÉSE NO ES MI
PROBLEMA.
Yo, y el pueblo soberano, ya
votamos una vez. Lo repito. Y los resultados fueron los que fueron. Y ahora debéis
ser vosotros, los políticos, los encargados de llevar nuestras soberanas
conclusiones a la práctica, los encargados de arremangarse y ponerse manos a la
obra para que estos resultados, no lo olvidemos, los sagrados resultados de la
soberanía popular sean lo que deben ser: efectivos y reales.
Porque el país no es, ni
mucho menos, ingobernable. Me niego a creerlo. Me niego a asumir que cuando
introduje la papeleta en la urna aquella mañana del 2OD no estaba en mis
cabales, que estaba equivocado, metiendo la pata hasta el zanco. Con eso no
estoy dispuesto a transigir. Yo hice bien mi cometido y no metí el pie en
ningún socavón.
Y como a terco no me gana casi nadie voy a demostrarlo. Con los resultados electorales del 20D, en la mano, el país claro que es gobernable. El PP como partido más votado debería formar gobierno. El pueblo soberano así lo dictaminó. Y también dictaminó que no lo hiciera en solitario porque para eso nuestra voluntad popular y soberana fue que no contara con una mayoría absoluta. Y por lo tanto que tuviera que buscarse la vida, que se acercara al segundo partido más votado, que por algo fue el segundo y se merece, por lo tanto, esa distinción, buscando los apoyos suficientes y necesarios para armar ese gobierno estable que cualquier ciudadano en sus cabales deseamos tener. Y así, PP (123)+PSOE (90) = 213 escaños: mayoría absoluta. Y asunto arreglado.
¿Fácil? Nadie ha dicho que lo
sea. PERO ES LO QUE EL PUEBLO SOBERANO HA DECIDIDO CON SUS VOTOS. Luego si esta
soberanía popular es cierta, y no un camelo, los políticos, como encargados de
llevarla a buen puerto, deben hacer lo posible e imposible por conseguirlo, por
conseguir la tan ansiada estabilidad gubernamental. Porque, repito, el pueblo
es soberano. Y deberíamos reafirmarnos en nuestras posiciones: NOSOTROS HICIMOS
BIEN NUESTRO TRABAJO, luego ahora haced vosotros bien el vuestro.
Pero dice Rajoy, con Sánchez
no hay forma de ponerse de acuerdo. Y Sánchez dice,… más o menos lo mismo. Y lo
intenta por otro lado. Pero también “agua”. Y de ahí todos quietos. Nadie se
menea. Luego a repetir la consulta. Pues no. Yo no repito nada. Continúo negándome.
Si Rajoy y Sánchez no se ponen de acuerdo, como fue nuestra voluntad el 20D,
que se levanten de la mesa y que vengan otros dos. O por lo menos otro nuevo. Y
si estos tampoco, que vengan otros dos. Y así hasta que se pongan de acuerdo.
Porque me temo que, como ocurre en muchas ocasiones, las diferencias son diferencias
más de índole personal que de cualquier otra cosa; cuestiones que atañen a los
egos personales; de creerse el fideo más importante que la sopa. Y no. Y por
eso mismo podemos estar seguros de poder hallar entre tantos afiliados dos
representantes, uno del PP y otro del PSOE que acuerden y nos estabilicen el
país. Y punto.
¿Ingobernable? ¿De qué
estamos hablando cuando hablamos de gobernar? De partidos, del PP y del PSOE,
de sopas y nunca de fideos; estos serían, personas físicas e
individuales. Que por aquí sí que vienen los problemas encadenados, las
rencillas, el éste no me cae muy allá, el aquel estúpido, el usted no es
decente (que es de donde me temo que empezó todo este maremagno, ¿se acuerdan
ustedes?).
Y termino y para terminar propondría
una historia. Quizás un exabrupto, una boutade,
una exageración o una idiotez. Todo dependerá de quien haya llegado hasta aquí
y lo lea. Y supongamos que después del 20D y con los mismos resultados que
arrojaron entonces las urnas, Rajoy hubiese convocado a Sánchez para abrir las
negociaciones y formar un gobierno estable. Supongamos también que, tras unos
primeros y tensos tiras y aflojas, la comunicación entre ambos líderes hubiera
ido tomando unos derroteros, más o menos, esperanzadores. Pero supongamos (Dios
no lo quiera, obviamente, pero quizás sí, quizás sea ésta sea una “estúpida” historia)
que, entre tanto, durante un desgraciado sábado por la noche, después de salir
de una cenota con viejos amigos registradores, Rajoy, algo achispado, hubiera
cogido imprudentemente el coche y en uno de los pasos de cebra del Paseo de la Castellana hubiera
atropellado a la mujer de Pedro Sánchez que, en ese momento, caminaba en
compañía de una amiga, ocasionándole, a cuenta del violento topetazo, un coma
irreversible.
Entonces claro, las
negociaciones entre Rajoy y Sánchez podrían entrar en un comprensible colapso.
Y quizás se rompieran definitivamente. Los psicólogos habrían aconsejado, con
atinado criterio, a Sánchez evitar la presencia de Rajoy, no volverle a ver ni
tan siquiera de reojo.
Y, ¿qué pasa entonces?, ¿el
país se habría hecho ingobernable por las comprensibles diferencias personales
que habrían surgido entre los representantes de los dos partidos ganadores de
las Elecciones? Y creo sinceramente que nadie contestaría que sí a semejante pregunta
sino que, por comprensible incapacidad de uno o de los dos candidatos, se acudiría a otro o a otros dos
representantes de esos mismos partidos para que finalizaran las negociaciones
que los primeros ya habrían comenzado a construir porque la soberanía reside en
el pueblo. Y el pueblo ya habló. Y nos guste o no se le debe obedecer contra
viento y marea, contra huracanes y tsunamis. Porque para eso es soberano. Y lo
que deposita en las urnas es ley. Y la ley, muchas veces, es dura. Y para
muchos, ingrata. Pero nos guste o no, les guste o no a los políticos, de
momento así son las cosas. Y todos debemos ser consecuentes con ellas.
Por todo ello en estas nuevas elecciones abogo por la abstención o por la única alternativa que salvaría los muebles en las circunstancias en que nos encontramos: que los incompetentes políticos que no han sabido qué hacer con aquello que el pueblo soberano decidió en primera instancia, aquel ya lejano 20D, agachen las orejas, hagan mutis por el foro, nos ofrezcan su irrenunciable y feliz dimisión y que se dejen de nuevos pactos (Unidos Podemos) que no ocultan sino los mismos programas y las mismas caras de siempre. Y que después asomen otras, nuevas de verdad, que en las papeletas de las nuevas elecciones el pueblo soberano lea otros nombres. Pero, lo sé, quizás esto sea otra manera de pedir que del olmo broten deliciosas peras.
Por todo ello en estas nuevas elecciones abogo por la abstención o por la única alternativa que salvaría los muebles en las circunstancias en que nos encontramos: que los incompetentes políticos que no han sabido qué hacer con aquello que el pueblo soberano decidió en primera instancia, aquel ya lejano 20D, agachen las orejas, hagan mutis por el foro, nos ofrezcan su irrenunciable y feliz dimisión y que se dejen de nuevos pactos (Unidos Podemos) que no ocultan sino los mismos programas y las mismas caras de siempre. Y que después asomen otras, nuevas de verdad, que en las papeletas de las nuevas elecciones el pueblo soberano lea otros nombres. Pero, lo sé, quizás esto sea otra manera de pedir que del olmo broten deliciosas peras.