Estos días anda la Euroleague
de baloncesto disputando los play-offs que decidirán los cuatro participantes
en la Final Tour
de Madrid. No es que esto en sí me interese demasiado. Únicamente llamaría la
atención sobre el hecho de que el Real Madrid en su obsesiva y enloquecida
carrera en pos de más y más títulos en las altas competiciones deportivas
europeas tanto de fútbol (la
Champions ) como de
baloncesto (la mencionada Euroleague)
no ha tenido ya más remedio que volver a aflojar la cartera, desembolsar un
buen puñado de euros y traerse la fase decisiva de la competición, esto es, la
Final Tour , a la capital de este Reino de
Taifas. Con la esperanza de que a ver si este año, por fin, Felipe Reyes
levanta el preciado trofeo después de que lo hicieran aquellas huestes
merengues lideradas por Arvidas Sabonis ¡allá por el año 1995!
Mucho tiempo,
sí, mucha agua ha caído para estos ambiciosos y siempre hambrientos colmillos
de Don Florentino. Cuando la sección (de baloncesto, se entiende) ya ha debido
aprenderse de memoria que a su otrora (¿o lo es todavía?) flamante, rutilante y
millonaria estrella o Rudy Fernández padece una incontinente cagalera, que le
deja a medio gas, cada vez que debe jugar uno de esos partidos de sí o no ante
un público que no es el suyo y que, tradicionalmente (méritos ha hecho el
muchachito de Palma), se vuelca en su contra cuando bota el balón, arma
el brazo para cascarse un tiro de tres o se fija en el aro y en el tablero de
la canasta antes de lanzar un tiro libre. No, al muchachito, que ya no es tan
muchachito, ya lo conocemos: nervios no precisamente de acero, a lo Nadal para
entendernos, carácter más bien amembrilado, si es que la palabreja existe. Pero
este año no le van a valer excusas. El Real Madrid se ha traído la
Final Tour a casa, tiene un equipazo para
solventar las posibles “lagunas mentales” de su otrora (¿o lo es todavía?) figura
o figurita, y el muchachito ya hace tiempo que se afeita.
¿Faltaría algo más? La suerte, por supuesto. Como diría
aquel general ruso de la inmortal Guerra
y Paz. Pero parece que a estos arrogantes vestidos de blanco Tolstoi se la
trae foja y hasta la suerte les parece una cuestión que a ellos nos les incumbe
ya que sólo los débiles de espíritu se amedrentan ante ella. Ellos, nunca. Jamás.
Pues que les vaya bonito. Porque a mí me gustaría que perdieran la final. Y que
fuera por un punto. Y en la prórroga. Sólo lo lamentaría por Pablo Laso que
siempre me ha parecido un deportista y un honrado técnico y al que, por ello,
nunca he sabido muy bien colocar en semejante banquillo. Me imagino que muchos
billetes de euro … morados habrán tenido la culpa.
Pero perdón por la chapa si es que a alguno de los que ha
llegado hasta aquí se lo ha parecido porque, de verdad, no hubiera querido enrollarme
tanto. Porque yo iba a otra cosa. Porque antes de llegar a estos play-offs
previos a la Final Tour
de Madrid los equipos clasificados han estado divididos en dos grupos de ocho
equipos. Jugaron todos contra todos, a doble vuelta y los cuatro primeros de
cada grupo son los que están actualmente disputando los mencionados play-offs. La FIBA , que es como la
futbolera FIFA, llama a esta fase el TOP16. Y en él sucede lo que tiene que
suceder dado el sistema de competición empleado. Y es que en su última jornada
(y a veces también en la penúltima y en la antepenúltima) hay muchos partidos
que enfrentan a equipos ya eliminados y que nada se juegan en el envite, contra
otros que al revés, que en esos 40 minutos (si no hay prórroga o prórrogas) se
juegan el ser o no ser en la competición y, en el caso de muchos (el Maccabi,
por ejemplo), el ser o no ser de todo la Temporada.
Y con esto llegaríamos adonde habría querido llegar desde el
principio. A los partidos intranscedentes para unos, y súper trascendentes para
otros. ¿Y cómo se dirimen y se resuelven estos enfrentamientos?
¿Qué podemos sacar en claro de sus resultados? Porque analizando los marcadores
que se produjeron en la última jornada del TOP16 de este 2015 podríamos,
seguramente, aventurar algunas cosas curiosas. Por ejemplo, Fenerbahce Ulker versus Anadolu Efes. El equipo entrenado por
Zelko Obradovich, el Fenerbahce no se
jugaba nada. Era segundo de su grupo ganara o perdiera. Luego partido intrascendente
para él. Pero para el Anadolu,
partido a cara perro. Partido, súper transcendente. Si perdía, y minutos
después ganaba el Laboral Kutxa en la
cancha de un Unicaja Málaga ya
eliminado y que nada se jugaba en un envite para él intrascendente, a empaquetar
sus ropas, cerrar las maletas y para casa hasta una próxima ocasión. ¿Y el
resultado entonces? ¡Fenerbahce Ulker,
83-Anadolu Efes, 72! ¿Chocante, no? Es
como si la indiferencia por perder enfrentada a la presión por ganar hubiera
favorecido a la primera.
Pero fíjémonos si no todavía en el partido que vino a
continuación. Los vitorianos del Laboral
Kutxa contra los malagueños del Unicaja.
Para los vitorianos más claro que el aire, conociendo ya la derrota del Anadolu Efes frente al Fenerbahce: ganando al defenestrado
Unicaja tendrían en el bolsillo el pase a los play-offs. ¿Y el resultado? Unicaja, 93-Laboral Kutxa, 84. ¡Coño y tan chocante! Y esto bien se merece “una
vueltilla de tuerca”. ¡Y confirma que en el baloncesto la “indiferencia” vence
en el pulso a la “presión”.
Aunque, amigos, con el fútbol la cuestión pinta distinta: opuesta.
Cuando un equipo no se juega nada en el campo y el contrario, la vida, el
resultado final no deja lugar a la duda. ¿O acaso nos hemos olvidado del sonrojante
12-1 de España contra Albania o del no menos bochornoso 6-0 de Argentina contra
Perú en su Mundial del 1978? Parece que en el fútbol, y al contrario de los que
pasa con el basket, cuando a un
equipo el partido le resulta “indiferente” ya podemos ir firmando su sentencia
de muerte porque un contrario con “presión”, si le resulta preciso, le meterá tres,
cuatro, cinco, o los goles que le hagan falta (por supuesto siempre dentro de
unas “cantidades” razonables para 90 minutos de partido). Hasta en este detalle
los dos deportes resultan tan antagónicos como el día y la noche. Y sus fieles seguidores
ad hoc: apenas si puedan “seguirse” y
hablar sobre sus respectivas pasiones sin una mueca de pasotismo, cuando no de
franco desprecio, por el contrario de la camiseta de tirantes, por ejemplo.
Y sin embargo con el fútbol, ¿qué pasa? Pues lo de siempre.
Lo contrario de lo que pasa en el baloncesto. En el fútbol ESA MARAVILLOSA
(PARA EL ESPECTÁCULO) OBLIGACIÓN DE ATACAR brilla por su ausencia. No existe. Y
así el equipo al que esa indiferencia y la tranquilidad adornan sus camisetas
podrá recibir tantos goles como puñetazos Margarito en su sangriento combate
contra Pacquiao. Nada le obliga a atacar. Nada le obliga a salir de su campo y
pasar al del contrario. Cosa tan necesaria para meter un gol. Pero nada, una
regla por ejemplo, le obliga a salir de su letargo. De su bendita siesta y
modorra. Y en cambio, el contrario, ese otro equipo que sí se está jugando la
vida y juega y disputa cada balón con furia, con presión; ese equipo al que el
resultado puede cambiarle la vida, saldrá a morder, a atrincherar en su área al
rival. “Hazaña” que no le costará llevar a cabo. Porque el indiferente y
tranquilón rival, por lo que hemos dicho, tampoco querrá irse mucho más lejos,
ni abandonar su área. Y estas dos circunstancias unidas no podrán desembocar en
ningún otro resultado: 12-1, 6-0.
Pero si esto en principio no tendría en sí nada malo, salvo
para el sufrido espectador que habría pagado una entrada para presenciar una
“filfa”, una “broma que a nadie hace reír y menos disfrutar”, sí que acarrea un
peligro que suele poner en serio peligro al propio deporte: los amaños, los
dichosos maletines. Pero estos son, si me he explicado, y “la vuelta a la
tuerca” de ha dado en su correspondiente sentido, la necesaria consecuencia de
las reglas del fútbol. PORQUE SI UN EQUIPO, AFECTADO POR LA INDIFERENCIA Y LA TRANQUILIDAD DE
ÁNIMO, NO ATACA ALGO HABRÁ QUE HACER PARA QUE LO HAGA. Y el dinero, en estos
tiempos que corren que se las pelan, será seguramente la liebre más jugosa y
efectiva para conseguir que esas piernas indiferentes y tranquilas se
reactiven, que esos ojos alicaídos se abran como platos y que los ronquidos
dejen de escucharse sobre la hierba. Y surgen entonces los sempiternos gritos
al cielo, y las sospechas. Y las sospechas enturbian, desacreditan la Competición , el juego
limpio. Hacen que el sudor de los contendientes huela a gel de ducha pero que
huele francamente mal. ¡¿Por qué ese equipo al que el resultado del partido le
resulte indiferente está jugando como si la vida le fuera en cada regate?!...
Aunque esto es lo que hay. Así lo han dispuesto los
dirigentes y mandamases del balompié. Polémicas y más polémicas. Que de esto
vive también el fútbol. Y muy bien por cierto. Luego no seamos cínicos y nos andemos
quejando de lo que tenemos. Cuando lo que tenemos lo tenemos porque nos da la
gana. Lo que a menudo suele ser además (aunque no siempre) porque nos lo merecemos.
Así que mientras no se tomen cartas en el asunto y se acuerden otras regalas
los maletines seguirán yendo de mano en mano. Y el fútbol irá dejándose en cada
relevo parte de aquel limpio espíritu competitivo que le hizo ser, una vez, el
Deporte Rey.