Dice más o menos un refrán, de ésos de los que yo no soy muy amigo (os animo a leer en este mismo blog en una entrada del 19 de abril de 2013) pero que en esta ocasión me sirve, eso sí, para luego tirarlo a la basura, que uno recoge lo que siembra; versión agropecuaria de aquel otro que nos cuenta que de aquellos polvos vinieron estos lodos.
Y si, muy a mi pesar, traigo a colación estas sabidurías tan populares y pacatas es porque pienso que cuando se recurre a explicar los fenómenos nacionalistas éstas arrastran partes de verdad. No en vano si el refranero es una "sabiduría populachera y pacata" el nacionalismo no deja de ser "una forma de gobierno popularecha y pacata". Así que entre afines andaría el juego.
Lo que no contendría mayor peligrosidad si las palabras, refranes o consignas, que tan populacheros como pacatos son tanto los unos como las otras, fuesen tan inocuos como el aire que sale de nuestros labios cundo los pronunciamos. Pero desgraciadamente todos sabemos que esto no es así. Y que las palabras, y los refranes y consignas por estar en ellas incluidas, pueden herir o matar o, sin llegar a tan radicales extremos, pueden enturbiar las cosas, enredar lo que ya está de por sí enredado; esto es, aplacar un pequeño incendio con un buen chorretón de la mejor gasolina súper.
Y si hablo de todo esto no es por otro motivo que por los jaleos nacionalistas que este país lleva ya, ¿demasiado tiempo?, sufriendo; y que ahora con la latoso referéndum catalán sobre su derecho a decidir si se desligan de España o continúan a ella ligados parece que han adquirido un protagonismo que no nos permiten escapar de sus refranes y consignas ni torcer la cabeza hacia algún lado donde esas voces no se oigan porque quedan enmudecidas, por ejemplo, bajo el tranquilizador, y siempre más gustoso, rompimiento de las olas contra un arenal cualquiera.
Pero esto último no deja de ser una quimera. Y más de uno de estos nacionalistas me acusaría, y tal vez no sin razón, de esconder la cabeza bajo el ala (sí, otro refrán) y de no querer escuchar lo que muchos dicen. Sean refranes o consignas pero que si son muchos los que las dicen, democráticamente, pasan a ostentar ese peligrosísimo, éste sí, status del que gozan las verdades que se erigen en Verdades Mayúsculas. Y, entonces, a ¡atarse los machos! (otro refrán).
Aunque el peligro de estos refranes y consignas, ¿de dónde proviene? Las palabras sólo son consecuentemente peligrosas. Por sí solas ellas no guardan ningún peligro. Grito "¡arriba!" y qué. Pero si obedecen a una (consecuente) respuesta, si se pronuncian después de que alguien nos haya pisado el callo o de que otro haya dicho "¡abajo!" los problemas pueden empezar a llamar a nuestra puerta.
Y entonces claro que los nacionalismos (y llamémosles ya por su nombre de pila, nacionalismos catalanes y vascos) nos salen respondones. Porque no sería el mismo el nacionalismo palestino o de Hamás sin las prepotencias, las hieráticas y altaneras poses de los dirigentes de Israel y de sus nacionalistas judíos. Claro que la fe, como escuché en alguna ocasión en algún sitio, puede ser un polvorín de imprevisibles consecuencias porque da a la gente que la tiene una seguridad inquebrantable en su propia rectitud. Y nosotros, españoles, catalanes y vascos, no tendríamos entonces ese problema. Parece que nuestra fe es compartida. Pero, ¿qué pasa con "las pisadas del callo", con los "¡abajo! después de los "¡arriba!? Y en estos terrenos nos movemos como peces en el agua (sí, sí, otra refrán). Somos maestros en las "tocadas de cojones". Y así nos va.
¿O no estamos estos días escuchando a través dela televisión publica qué refranes y consignas para apoyar a los equipos españoles en las competiciones deportivas que disputarán en próximas fechas? Y pongo un ejemplo: el Real Madrid, como campeón de la última Champions, y el Sevilla, como campeón de la Europa League, van a jugarse la próxima Supercopa europea. Refrán o consigna de Televisión Española: "¡dos grandes de España a la conquista de Europa!"
Y después nos quejamos. Yo, por lo menos, lo tengo claro. Con un nacionalismo español menos agresivo, menos excluyente, menos "toca-pelotas" ni el nacionalismo catalán ni el vasco serían tan incordiantes ni pesados. Ni estos lodos nos hubieran venido si no se nos hubiera ocurrido (¿cuándo se produjo el error?- aunque esta pregunta daría para muchas entradas) mezclar aquellos lodos.
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