El pasado domingo me iban a coincidir dos citas que no hubiera querido perderme, como suele decirse, por nada del mundo. Una de ellas era la Final del 4 1/2 de Pelota; en el Frontón Miribilla de Bilbao, para más señas. La otra, la Final de la ATP Finals, y valga la redundancia; la siempre conocida (o al menos lo ha sido para mí) como la Final del Master de Tenis; y ésta para ver, sin perderme un detalle, por televisión.
Y no mentiría si dijera que no me venía bien trasladarme a Turín, donde se jugaban este año las mencionadas ATP Finals pero es que, además, no tenía entrada, cosa que sí tenía hecho para el partido de Miribilla. Así que me decanté por éste. Y más contento que un 8. Porque en Turín, la final la jugaron Sinner y Djokovic, y a éste he jurado, por activa y por pasiva, no verle ya ni en pintura y, menos todavía, sobre una pista de tenis. Un mal tipo, o al menos eso es para mí: todo un ejemplo de lo que NO debe ser un deportista y, si me apuráis, de lo que NO debe ser una persona. Pero, qué le vamos a hacer, Djokovic es el mejor, y posiblemente, el mejor tenista de todos los tiempos. Aunque quitando ese detalle, ¡para él la perra gorda!
Aunque dejemos al serbio en paz, con sus malas maneras y su muy desagradable, y me temo que a estas alturas (Djokovic ya tiene 36 años), irreparable forma de ser y comportarse, y centrémonos, en su lugar, en la Final de Miribilla, en el enfrentamiento entre Jokin Altuna y Peio Echebarría, que éste sí que vi en vivo y en directo,... pero, ¡lástima!, no durante demasiado tiempo, porque Jokin despachó el envite con un concluyente y demoledor 22-9 que dejó a un Peio, errático, fallón y súper nervioso sin haberse enterado de qué la fiesta. Además, y por si fuera poco lo anterior, Jokin no falló ni una pelota, y así no hay manera que el capo de los frontones dé su brazo a torcer. 4ª txapela del 4 1/2 para sus repletas vitrinas, Peio a esperar tiempos mejores y yo, a casa, en el Bilbobus.
Pero luego me enteré que también Djokovic había ganado su Final y también de una forma concluyente y demoledora: 6-3, 6-3. Y entonces, repasando las estadísticas de su partido, comprendí que, en el fondo, habiendo visto sólo una de las finales, en realidad, ¡había visto las dos! ¡¡Un milagro!!, pero no, no era un milagro sino tan sólo otra coincidencia a las que antes me refería. Y si no fijaros: en las dos finales mencionadas se enfrentaban el súperfavorito y con más trofeos que pelos tengo sobre la cabeza (es un decir mentiroso), dígase Jokin o Djokovic, contra un novato en esas lides finales, dígase Sinner o Peio. Y además, los dos novatos habían mostrado pruebas de poder resultar un auténtico e insalvable escollo para los respectivos superfavoritos: Sinner había derrotado a Djokovic en su enfrentamiento durante la Fase de Grupos, en inglés Round Robin, y Peio había ganado 22-9 a un Erik Jaka al que Jokin apenas si había podido derrotar en un choque inolvidable, y en el último suspiro, por un agónico 22-21. Luego, y aparentemente, las espadas, en todo lo alto.
Pero desgraciadamente, ahí, en cuanto los escollos fueron pensados, se acabó lo que se daba: los superfavoritos, Jokin y Djokovic, ventilaron sus respectivas contiendas por la vía rápida, la vía del cloroformo que dirían los inolvidables Urízar y Azpitarte comentando una de sus velada de boxeo. Y es esto lo que me gustaría destacar; en los momentos donde el grueso de la carne está en el asador, en los instantes donde la suerte va a echarse, las estadísitcas no engañan y la experiencia no es que sea un grado, sino que es el grado.
A Sinner, en su 1ª Final del ATP Masters le temblaron los esquemas. Él que saca como un tiro hizo menos aces que Djokovic que, en estas lides, anda más moderado. Pues, no: 10 Sinner, ¡13 el serbio! Sinner tuvo dos pelotas de break, de las cuales no aprovechó ni una, o sea, 0/2, y Djokovic 8, de las cuales aprovechó 3, o sea, 3/8, o sea, la suerte quedó echada. Y por si esto nos pareciera poco, Sinner abatido entregó, significativamente, la cuchara cometiendo una doble falta en el último punto del partido ante la sonrisa endemoniada de Djokovic, la verruga en el rostro de la guapa, como me gusta llamarle, o el peor bicho en el magnífico panorama que presenta la ATP.
Pero también a Peio, en Miribilla, a más de 1000 kilómetros de Turín, le temblaron los mismos esquemas.¡16 errores no forzados! Sí, una pesadilla de órdago a la grande, una calamidad. Jokin sólo tuvo que hacer 6 tantitos para finiquitar la contienda y llegar a 22, mientras Peio se devanaba la sesera por saber qué coño le ocurrían a sus manos que temblaban como si el frontón fuera, en realidad, la cámara frigorífica de cualquier supermercado, porque dónde ponía el ojo, a la bala ni se la veía con un radar. Y Sinner, a más de 1000 kilómetros de distancia, pensando, seguramente, lo mismo pero en italiano. Y mientras sus respectivos depredadores (Jokin, 8 finales consecutivas en el 4 1/2, y tres txapelas de la modaldiad sobre su, increíblemente bien, amueblada cabeza; Djokovic, 9 finales del Masters y 7, con la de este año, ganadas) se relamían y no dejaban de ellos ni el hueso de la aceituna.
Así que el domingo vi una Final (de Pelota) y me perdí otra (de Tenis) pero, en realidad, vi las dos. Porque a las dos se las puece medir con el mismo rasero. El capo por algo es el capo. Y el aspirante por algo es el aspirante. Y esta ecuación sólo con el tiempo se puede alterar. Sólo el tiempo, la experiencia le llaman algunos, podrá conseguir que, en un futuro más o menos cercano o lejano, las manos ae Peio y Sinner se llenen de callos (literalmente en el caso de Peio) y dejen de temblar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario