Artículo publicado en El desmarque de Bizkaia.
Vale, de acuerdo, ¿pero qué tienen que ver con el
Athletic estas teorías copernicanas? Y yo creo que, y me habría dado cuenta de
repente, bastante mucho. Porque siempre
habría pensado que mi Athletic es, en potencia, un gran equipo de fútbol que,
por sus innatas características, baja su nivel competitivo cuando disputa sus
partidos fuera de sus tierras, en otros feudos que San Mamés no riega, ni sobre
los que no pone su bendita mano encima.
Y, entonces, si alguien me preguntara por la razón de este bajo rendimiento yo le apuntaría, precisamente, a esas características innatas a las que he aludido líneas arriba y que, más o menos, todos conoceríamos. El Athletic se nutre con jugadores salidos de su cantera y/o nacidos y criados en Euskadi. Y en tales circunstancias siempre me habría parecido lógico pensar que cuando el equipo jugaba en casa lo hacía en su casa de verdad, en ésa que le habría visto nacer y crecer, y delante no tanto del público en general, sino de una hinchada con las que le uniría mucho más que una grada y un césped. Sí, también nosotros seríamos más de familia que de abonados. Como Correos.
Y así lo había creído yo desde siempre. Y así
justificaba yo, por ejemplo, que mi Athletic en San Mamés fuera capaz de
ofrecernos tardes gloriosas o en la última, en un partido vibrante, ese rotundo
2-0 (¡y sin extranjeros!) contra el Atlético de Madrid, vigente campeón de Liga
en aquel momento pero que, por idénticos motivos a la semana siguiente,
ofreciera una imagen patética en Granada trayéndose en sus maletas un 1-0 (¡y
sin extranjeros!) en un partido para olvidar. Claro, Granada no es Euskadi y
allí el equipo está huérfano, no se ve a su gente por ninguna parte, ni siente
el orgullo que estos le tramiten, ni el siri-miri, ni los verdes de Artxanda,
ni los muros de la Misericordia. Y no juega, deambula. A la espera de que en
apenas siete días pueda volver a sentirse arropado por su ambiente, por ese
ambiente en el que todos sus jugadores han nacido y crecido.
Esto pensaba yo, sí,… hasta hace unos días cuando, de repente, Copérnico y su giro de cintura (¿quién me lo iba a decir?), me habrían sacado dolorosamente de mi (ingenuo) error. Porque mi Athletic no es el gran equipo de fútbol que yo creía (en potencia) que era sino más bien una medianía como lo confirma no el engañoso 2-0 contra el Atlético sino el más atinado 1-0 de Granada que enlaza a las mil maravillas con su prolongada ausencia de Europa y con tantos y tantos reveses y bofetadas que los aficionados sufrimos en nuestras ilusiones, y a los que no acabamos de dar crédito (puede que este artículo les sirva, como me sirvió a mí, para ver las cosas de otra manera). Porque eso sí, en cuanto el equipo disputa sus partidos sobre el verde de su Catedral el equipo se crece, el equipo es capaz de rendir al 200% (¿cuántas veces lo habremos visto boquiabiertos?), el equipo muerde, el equipo atemoriza y arrincona a sus rivales, el equipo parece otro.
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