Lo he pensado un millón de veces, y lo habré dicho
más de mil: sin nosotros la barraca no da vueltas. ¿Y qué coño significa esto? Cambiar la
palabra “barraca” por la palabra “vida”, y a ver si así se entiende mejor.
Porque sin nosotros estas peripecias en las que andamos enredados, la vida no
da vueltas. En este sentido podría aplicarse el conocido símil de que si un
árbol se cae y nadie lo escucha caer, la caída del árbol no produce ningún
ruido.
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Y todo esto me ha venido a la cabeza, si es que se me
había ido alguna vez, porque el otro día hablé con un amiguete sobre la
reanudación de las competiciones futboleras sin público en los estadios. Hoy hasta
nuestra flamante Liga ha dado comienzo. Pero en aquellos momentos él, que es un
futbolero como pocos habéis tenido ocasión de conocer, se frotaba las manos y
no veía el momento en que, como suele decirse, el balón comenzara a rodar sobre
el césped. Yo, más precavido y aguafiestas, le contestaba que eso de los
partidos sin público iba ser un coñazo que, por lo menos a mí, no me iba a
interesar una mierda. Y él, erre que ere, que no, que el fútbol puede con todo.
Bueno, el tiempo nos lo contaría y, como siempre, daría y quitaría razones.
Y el caso es que eso, que el otro día volví a hablar
con él. Por teléfono. No vivimos cerca precisamente. Y le pregunté por la bundesliga, la liga alemana de fútbol, para quien no lo sepa, donde
ya se habían disputado los primeros partidos sin público. Se había celebrado,
como para abrir boca, un jugoso choque en la cumbre, Bayern Munich vs. Borussia Dortmund donde,
además, estos dos grandes equipos se jugaban, prácticamente, todo. O sea, un
partido de esos que, en circunstancias normales, no se quiere perder ni
pitxitixi. Y le pregunté a mi amigo si lo había visto (por tv, claro) y a ver
qué tal. Su respuesta fue fulminante. Y resumió en una palabra, un coñazo, Toni.
Incluso me aseguró que había apagado el televisor antes que el partido
terminara. ¡Increíble!, le solté. Y lo creía.
Y me aclaró, es que un partido sin público, por puntero que sea, no hay dios
que lo aguante. Y entonces no quise cebarme y recordarle que yo ya se lo había
pronosticado. Porque a ver si nos entra
en la cabeza: este mundo que parece que nos pasa por encima sin pedirnos
permiso y nos muele los huesos, sin todos nosotros no es mundo ni es nada.
Somos nosotros los que lo hacemos y
deshacemos. Así que dejemos de echar balones fuera (por aquello del fútbol) y
de culpar siempre a los demás de las desgracias que nos suceden. Porque depende
únicamente del ángulo desde el que nos miremos. Porque los demás somos también
nosotros.