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Porque, durante este quinto (creo) visionado de la película
de Douglas Sirk, sus fotogramas me han advertido que este excelente melodrama
también nos habla sobre el… ¡nacionalismo! en su más peligrosa deriva, que no deja de ser uno de los
caballos de batalla que debemos montar en esta Piel de Toro que nos re-coge. Y trato de explicarme lo antes posible, a riesgo
que de no hacerlo pueda ser tachado de incurable lunático.
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Y no estaría divagando demasiado, ¿o si?, si equiparara, en
toda su significación, esta inevitable “H” a la ikurriña vasca o a la estelada catalana, por ejemplo,
que también, como esa “H” de Hadley en la localidad donde trascurre Escrito sobre el viento, puntúan todopoderosas cada
balcón o ventana o rincón de nuestras queridas Euskadi o Catalunya.
Por esto decía que el melodrama de Sirk también me parece
que habla del nacionalismo. Sus personajes conocen otras ciudades, pero “H” es
la mejor. Sin duda. En “H” han nacido, en ella se han criado y en ella
continúan viviendo ya de adultos. Claro que, por sus trabajos y sus altas
posibilidades económicas, a menudo han viajado a otros lugares, pero siempre regresan
a la “H”, como si la letra, o la ciudad que ésta representa, no les dejara
olvidarla, escapar de ella definitivamente y les obligara, por el contrario, a volver a ella (aunque sea
mental o sentimentalmente) como tirados por un irrompible hilo invisible que
llevaran atado a la cintura, como si la “H” no les dejara fijar los ojos en
otros horizontes, o en otras tierras, más allá de sus contornos que siempre
serán reducidos al no haber ninguno más importante
que ellos.
Y por esto, porque me interesaba esta nueva lectura que me
ofrecía el clásico, tiré por ella. Y así descubrí que el personaje que pone en
marcha la película no es otro que la atractiva Lucy Moore (Lauren Bacall) que
viene, ¿casualmente?, de fuera de la “H”,
y de la que se enamorarán los dos inseparables amigos, Kyle y Mitch, con lo que
trama ya estaría montada. Añadamos, por si algo faltara, que Marylee, la
hermana de Kyle, siempre ha querido, desde que era una niña, a Mitch y ha
soñado (¡cuántas veces lo habrá soñado!) con ser su amantísima esposa, Marylee Wayne; sí, libre, por fin, del estigma de la
“H”.
Porque sí, durante la partida o los minutos (apenas 95) que dura
Escrito sobre el viento, Lucy se
quedará con Mitch y ambos conseguirán escapar de todo lo que la “H” representa,
pero con increíble sufrimiento. A Lucy la huída le cuesta un aborto y casi la
vida, y a Mitch, un juicio que le hubiera condenado a muerte si no hubiera sido
por la intervención in extremis de
Marylee. Mientras, Kyle, por el contrario, se quedará para siempre en su
tierra, en “H”, pero muerto de un disparo. Y la propia Marylee se confinará,
igualmente, en la letra heredando la fortuna y los ricos yacimientos de su
progenitor ya fallecido, amén de sus sacrosantos recuerdos, y una asexuada figura (sí, ella, Marylee).
Pero, ¿no tendríamos que pensar, y con fundadas razones, que
escapar de una ciudad, o de una determinada región, debería ser tan fácil como
abrir y traspasar una puerta moliente y corriente? ¿Acaso a los humanos no nos
han puesto pies después de las piernas en lugar de raíces como a los árboles que nunca-se-mueven-de-su-sitio?
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NB,- Refutando, y no me duelen
prendas en reconocerlo, aquella (frívola) interpretación que apunté en alguna
de las entradas en este mismo blog,
sobre que las livianas y mayoritarias mangas
cortas que vestían los catalanes durante sus primeras reivindicaciones
independentistas, contrapuestas a los rudos abrigos que usan, por ejemplo y
dado el-frío-que-pela por esas latitudes, los exaltados habitantes de las
repúblicas ex-soviéticas, no iban sino a terminar, como las propias
reivindicaciones, en agua de borrajas o en el simple cesto de la ropa sucia y
sudada. Quizás no reparé en su momento, y dado el tiempo y el cariz que las
cosas han adquirido desde entonces la sospecha no se me antoja sino una cruda
realidad (textil), en que la misma
liviandad de la manga corta permite que
los movimientos corporales (o nacionalistas) puedan ser tremendamente ágiles,
escurridizos e… incansables.