PS,- Vistos a los responsables de los recientes y asquerosos atentados de Barcelona, vistas sus fotos, calculados sus años, vistos sus rostros malencarados y achulados de niños bravucones y peligrosos, y después a sus sufridas madres clamando por sus "angelitos" tal que si estos, en lugar de matar, hubiesen roto todas las farolas del paseo a pedradas, no he podido sino acordarme de aquello que escribí hace unos día y en lo que, desgraciadamente, me confirmo.
Aunque no haya que alarmarse, porque yo, por lo menos, dispongo de una explicación; y esta, a menudo, ayuda a tranquilizar los ánimos y nos pone sobre la pista de qué coño está ocurriendo y de c. podríamos hacer para solucionarlo. Claro, si esto es de verdad lo que queremos.
Aunque no haya que alarmarse, porque yo, por lo menos, dispongo de una explicación; y esta, a menudo, ayuda a tranquilizar los ánimos y nos pone sobre la pista de qué coño está ocurriendo y de c. podríamos hacer para solucionarlo. Claro, si esto es de verdad lo que queremos.
Porque ya lo escribía en Divino
Tesoro, aquel ensayo que me publicaron hace ahora unos tres años. Aborrezco
autocitarme, pero ya que nadie viene en mi ayuda, o me corrobora lo que en Divino apuntaba, pues voy yo y lo
repito. En sus líneas está esa explicación a la aludo en el párrafo anterior.
Resumo la tesis: la
preocupante juvenilización, cuando no infantilización (probablemente me quedara
corto echando las manecillas del reloj hacia atrás), que sufren nuestras
sociedades, encabezadas por las pertenecientes al otrora sólido y, más o menos
congruente, Occidente.
Y esto lo escribiría ahora a cuenta del gesto que realizó el
magnífico, juvenil y añiñado (para sus 27 tacos) Curry, ilustre base del equipo
de baloncesto de los Warriors de San
Francisco durante el tercer partido de las Finales de la NBA de este curso 2016/17.
El “muchacho”, después de que un compañero de equipo anotara
un triple que iba a suponer la victoria de su equipo en la cancha del contrario,
los Caballeros (¡qué ironía, ¿verdad?) de Cleveland, se acuclilla, en actitud
de sufrir de repente un inoportuno apretón, apunta a la grada con las posaderas, y simula que lanza un (tor)pedo a la
grada o suelta un zurullo en mitad del parquet, ante la vista abochornada y los
silbidos de los 20.000 asistentes al partido. Os pongo aquí el vídeo (en cámara lenta, no es un error); echadle un vistazo. (Aunque lo siento, por lo no-visto, y por ahorrarnos el sonrojo más violento, las autoridades de YouTube han decidido cancelar el vídeo; buscadlo vosotros si podéis; quizás ande por ahí; yo no he podido).
Aunque lo dicho: yo, más o menos tranqui, hasta donde se
puede estar tranquilo. La redacción de Divino
Tesoro me habría servido para eso. Para no tomarme estas cosas demasiado a
la tremenda, para soltar un suspiro desolado, eso sí, y decir para mis
adentros, ¿adónde estamos llegando?, meterme en los bolsillos un par de cápsulas
de estoicismo y confiar en que esto se pase ya que, y lo habríamos oído en
algún sitio, si hay una enfermedad que se cura con el tiempo ésa es la
juventud.
¡Que duda nos debe caber entonces si afirmo que la
juvenilización de la sociedad nos está llevando, a primera página de los
periódicos y de las redes sociales, este tipo de gestos gamberros, maleducados,
juveniles, pero sin mayor
trascendencia, estúpidos en sí mismos, y que enseguida pasarán, y si no pasan,
pues cambiamos de canal y a otra cosa, que no tendremos prisa pero tampoco
tiempo que perder, como suele decir un buen amigo.
¿Por qué os imagináis a los Magic, Bird, Jordan haciendo
gestos como este de Curry? Aquéllos, y por no salirnos del mundo de la NBA , eran adultos, hombres
hechos y derechos, cuidado, para lo bueno y para lo malo, pero hechos y
derechos, y a los que chorradas como las del mocoso Curry seguro que les hacen
agachar sonrojados las cabezas. Las broncas y malos modos del chaval Kyrgios no
serían sino otro más de estos ejemplos de esta creciente y mal entendida
juvenilización de nuestras sociedades, adscrita en esta ocasión, y por no
salirnos de los ámbitos deportivos, al circuito tenístico de la ATP.
O ya más en serio, aunque sólo fuera por su inequívoca
influencia en nuestras vidas, más allá de los Curry o Kyrgios de turno, el
propio Kim Jong-un desde el Norte de Corea con sus rabietas y soflamas de
chiquillo-tragón, o el musculoso Vladimir (Putin) o Donald Trump, con su procaces
poses y declaraciones, con su nombre de dibujos animados, sus frecuentes
salidas del tiesto, impropias de un presidente de una nación civilizada, no
serían sino otros ejemplos de este calamitoso estado de las cosas que nos está
tocando vivir.
Que la juvenilización actual y el auge de los populismos
están en línea directa y se retroalimentan la una al otro, es algo sobre lo
que, al día de hoy, no tengo la más mínima duda.
Y si me estiro, y
con esto ya termino, ¿no son los mismos atentados yihadistas, de no contarse las
tragedias y muertos que ocasionan, y atendiendo a las edades, al cruel
ensañamiento y a las tácticas (sic)
empleadas por los terroristas, extravagantes chiquilladas de adolescentes
mosqueados porque les han dejado tres para septiembre?
Conducir, por circunscribirme a lo más reciente, un camión o
una furgoneta a lo loco, en zig-zag, por una avenida llena de gente inocente
(que no les ha hecho nada), para atropellar al mayor número de viandantes
posible, o asestar puñadas a diestro y siniestro entre los asistentes a un
mercadillo popular, o llevar a cabo ataques suicidas a la salida de un
concierto de música cargando en una mochila explosivos, en lugar de libros de
texto, para llevarse por delante a cuantos más, mejor; sean hombres de 90, de 39 (Ignacio Echevarría), o de 10 (Manchester),
más y más desgraciados ejemplos de que el Tesoro ha dejado de ser Divino
y de que el panorama, más que preocupante (por aquello de que confiemos en que los
años, el sentido común y las arrugas, en último término, nos arreglarán el
problema), resulta, y esto sí no nos lo quita nadie, vergonzoso y dolosamente desmoralizante.