Espero que en fechas próximas consiga poner en circulación
mi segundo ensayo escrito después de mi anterior Divino Tesoro. Este segundo llevaría por título Las lágrimas de Roger. Y el tal Roger no
sería otro que el tenista suizo Roger Federer, aunque el ensayo no trate tanto
sobre el tenis como sobre el juego en general, y sobre la vida en concreto ya
que es mi intención sería demostrar el paralelismo y las múltiples conexiones que
existen entre ésta y aquél.
Yo defiendo en el libro que la vida no es sueño, tal y como
nos contaba Calderón sino que la vida es, sobre todo, juego. Y es a partir de
esta igualdad cuando podemos entender muchas de estas cosas que nos rodean y,
sobre todo, cuando nos podemos armarnos con ciertos patrones de conducta que
nos harán, sin duda, más felices.
La cuestión, brevemente, haría alusión a que consigamos
entender que todos nuestros pensamientos y acciones contribuyen a que la vida,
esta vida en la que estamos, que nos engloba y que siempre está por encima de
nosotros, sea más o menos digerible, más o menos admirable. Según esto, nosotros
nos debemos a la vida, siempre estamos en relación con ella y, por ello, es
nuestra inexcusable obligación hacer de ésta cada día una vida mejor. Más allá de los encontronazos y
rivalidades que pudieran surgir, y de hecho surgen, a cada minuto entre
nosotros.
Y todo esto que leído de una forma rápida y atolondrada quizás
pudiera sonarnos a chino si lo trasladamos a los terrenos lúdicos, a los
rectangulares márgenes de una cancha de tenis, por ejemplo, podemos hacerlo más
comprensible. Ésa es mi última intención. Y si no veamos y gocemos de los dos
puntos que disputaron el búlgaro Dimitrov y el norteamericano Sock en las
recientes semifinales del Open de Estocolmo de tenis. Los puntos son dos maravillas
que realiza el tenista búlgaro y que hacen que el juego se decante a su favor,
pero más allá de la disputa que
enfrenta a los tenistas, el tenista norteamericano se alegra también (con el pulgar en alto, o haciendo chocar sus puños con su rival), aún
siendo el derrotado, porque con su presencia y juego ha hecho que la vida,
perdón, el tenis sea, por unos momentos, un deporte más bello y mejor. Yo,
podría decir Sock, estuve allí y lo hice posible con granitos de arena, con mis restos. Y gracias a ello, este deporte, esta vida merecen hoy un
poco más la pena.
Claro, en estas nuevas circunstancias Sock y Dimitrov no
serían ya tanto rivales como participantes en un partido de tenis, participantes, como
todos los demás, en el juego, participantes, y siguiendo ya con esta igualdad
que habríamos establecido, en la vida. De estas cosas y de otras más tratan Las lágrimas de Roger que garantizo que
no están escritas ni para defraudar ni para entristecer a nadie.
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