Tampoco me he dado mucha prisa pon
ponerme a escribir sobre el resultado de las últimas Elecciones Europeas. Y
estas no-prisas me han echado encima una especie de modorra, de pesado hastío
que no me han hecho sino dejar pasar de largo la susodicha réplica en la
creencia de que “no hay demasiado que añadir” o de que ya “todo está añadido”,
vendido, embalado y enviado a quien pudiera interesar.
Porque tal y como hacía constar en
la “entrada”, Cañete y Elena en la luna
de Valencia(no), del 22 de abril, el batacazo de la pobre Elena estaba
cantado (y cantado además no por un majestuoso Frank Sinatra, por ejemplo, sino
por Los del Río más txungos y patéticos, que no estaban muertos, no, que siguían
de parranda). Elena no se ha enterado de nada. No ha sabido leer en las circunstancias. Y toda la
trayectoria de ese circo de mítines, debates, y cualquier otro método
para-llegar-al-electorado se le ha torcido y caído encima de las narices. PSOE,
K.O. Y ella, la pobre Elena, aún preguntándose el porqué.
Estuve acertado, modestia aparte.
Por una vez y sin que sirva de precedente. Elena ya estaba instalada en la luna
de Valencia(no). Y a los que interesa ya sólo les quedaría desear que no durara
mucho su estancia en el rocoso satélite. Porque, ¿durante cuánto tiempo van a
estar los sufridos militantes y los no tan sufridos barones subiéndole la
comida hasta allá arriba? Me temo que muy pronto se van a hartar. Estas cosas
suceden, a menudo, con la política. Y quien no se entera pasa hambre.
Pero Cañete, ¿qué ha pasado con Cañete,
con nuestro entrañable Papá Nöel? Porque su historia es otra historia. Lo tenía
todo para triunfar. O, por lo menos, tenía la imagen de esa Bondad en persona,
y en mayúsculas; con su lustrosa mochila repleta de regalos para grandes y
pequeños. Y sin embargo, algo ha fallado. Su nave también ha zozobrado. Ha
descuidado el rumbo y se ha pegado de morros contra algún arrecife, en algún ignoto
rincón del vasto océano aunque, bien es verdad, sin llegar a los extremos, del avión
ése de las líneas malayas, al que meses después aún andan buscando.
Porque el caso de Cañete no tiene
tan difícil explicación. Y menos para cualquiera que haya reparado, con el
detenimiento preciso, en esa anterior entrada de Cañete y Elena… Ya en ella equiparaba la imagen de Cañete con la de
Papá Nöel sustentada en sus incuestionables parecidos físicos. Luego con eso la
mitad de la batalla estaba ganada. En estos tiempos, se entiende y como trataba
de explicar en Divino Tesoro, en que
la imagen y el parece-ser son, realmente, las únicas consignas que valen. Pero aquello
sólo era la mitad de la batalla, porque la otra mitad, y la guerra entonces,
consistiría en llevar a la práctica, cuidadosa y debidamente, la mencionada consigna.
Y en esto Cañete ha fracasado estrepitosamente.
Porque ninguno de los avezados
asesores del ministro ha sabido extraer rédito alguno de ese incuestionable parecido
navideño. Antes al contrario han enfrentado a Cañete, a Papá Noel en un vocinglero
cara a cara televisivo con Elena, en donde saltaron algunas chispas y Cañete,
perdón Papá Nöel, perdió papeles, bolis y rotuladores y mostró una cara arisca
y… casi antipática. Y lo mismo sucedía en los mítines en los que no se cansaba
de repetir, en un tono demasiado airado para venir de donde venía, es decir, de
Laponia o de por ahí arriba, las calamidades de los “sociatas” y las virtudes
de sus ilustres compañeros de fatiga. Craso error: demasiado vulgar, demasiado
terrícola, demasiado “más de lo de siempre”. Y a Papá Nöel todos le pedimos
más, pero un “más” diferente. Y sobre todo que nos lo diga como el más cariñoso
y pícaro de los abuelotes. De “buen rollo” y nada de exabruptos y broncas
catódicas o de taberna. En eso te has equivocado.
Si tu imagen, Cañete, te designa
como el Papá Nöel de nuestros tiempos debes saber estar a su altura de
semejante privilegio. Y en caso contrario, tendrás que pagar la traición y
rascarte los bolsillos. A riesgo de quedarse sin blanca. Que es lo que,
figuradamente, te ha pasado. Además la Bondad, que es lo que Papá Nöel representa para
todos los que alguna vez hemos sido niños, o sea para todos, incluidos (por
supuesto) a los electores (que son los que a fin de cuentas te interesan) tiene
sus pequeñas, y a veces no-reconocidas, particularidades. Me explico y te
explico.
A la imagen de la Bondad hay que rendirle una
sagrada pleitesía. Quizás a ninguna imagen se pueda defraudar pero a la Bondad menos que a ninguna.
Si vas de o si pareces bueno, una buena persona, tienes que serlo
necesariamente. En caso contrario la decepción que se llevará contigo el
receptor de dicha imagen será doblemente sangrante. Por un lado, por el encono
y la crispación que en sí misma lleva la Maldad, el reverso de la Bondad para entendernos.
Pero por otro, y éste es el lado más importante, y el que más me gustaría
destacar aquí y ahora, por el sobresalto, por el vuelco que nos mete el
corazón, por la desagradable sorpresa, cuando no susto literal que nos produciría
ver u oír hablar al supuestamente entrañable Papá Nöel como a un tipo normal y
corriente, como a nosotros mismos. Y es que, ahora, esa teórica normalidad cuando
lo que esperamos son las sonrisas y consejos del más comprensivo y cándido
“pedazo de pan” se nos antoja insuficiente, casi una falta de respeto. Y
entonces, Cañete, tu imagen de Papá Nöel se vuelven con toda su artillería (que
es mucha) en tu contra. Y estás perdido.
Sobre todo esto Bela Lugosi, ese
actor del cine de terror americano que se hartó de provocar escalofríos entre
el público y de hacer, con mayor o menor acierto, de Drácula, contaba en una
entrevista que lo que más miedo le daba a él en el mundo, y con la que temblaba
como una criatura, era con un sueño que venía a visitarle sin previo aviso algunas
noches. El sueño, en cuestión, consistía en que él estaba durmiendo
plácidamente en su cama. Fuera era de noche y tronaba y llovía como si nunca
antes hubiera tronado ni llovido. Y de repente alguien llamaba a la puerta. Y Bela
se despertaba sin acertar a decir si lo que había oído era un timbre o si no
había oído nada. Pero entonces el timbre volvía a sonar, y ya no había dudas. Y
Bela esperaba. Por si el intruso estaba equivocado. Pero el timbre, convencido,
volvía a sonar. Y Bela, sorprendido por el timbre, por la hora que era, y por
la desapacible noche que golpeaba los cristales de las ventanas, no se atrevía
a mover un músculo. Pero el timbre volvía a sonar. Y cada vez con mayor
insistencia. Sin parar un segundo. Así que por fin, Bela decidía levantarse. Y
avanzar muy lentamente por el pasillo hasta llegar a la puerta. Y en ese instante,
temblando de pies a cabeza, decidía coger la manilla, doblarla hacia abajo y
abrir. Y lo que veía era a un payaso con el dedo apoyado en el timbre. El payaso
le miraba y sonreía con su risa pintarrajeada… Y entonces Bela, empapado en un frío sudor, se
despertaba de golpe en su cama.
Y esto sería el resumen de lo que
he querido decir. No hay cosa más terrorífica ni decepcionante (en nuestro
caso) que lo inesperado, o que un payaso llame a nuestra puerta a las 4 de la
mañana durante una noche de perros, o que Cañete-Papá Nöel discuta
acaloradamente de política con su contrincante como un vulgar candidato del
Partido Popular a las Elecciones Europeas.