BETIKO, TXAPELDUN! Sí, porque mañana el gran Oinatz Bengoetxea se despedirá de los partidos a caraperro, y de las competiciones pelotatzales. Mucho nos ha hecho disfrutar a muchos. Y siempre le guardaremos un recuerdo allá donde estemos. Sus paraditas al txoko a más de uno, yo entre ellos, nos dejaron boquiabiertos y con las manos calentitas de tanto aplaudir. Y es que personas como Oinatz no deberían tener la palabra "adiós" en su diccionario.
Reproduzco a modo de emotivo homenaje, el artículo que le dediqué en este mismo blog, y que fue publicado en El Desmarque de Bizkaia, con motivo de la consecución de la txapela que supuso su increíble Triple Txapela, parafraseando una terminología cara al tenis. Aquel increíble 27 de noviembre de 2016 escribía...
Pero a lo que voy. Las
puertas del Olimpo se abrieron de par en par esa tarde del 27 de noviembre; las
puertas del Olimpo que son, por supuesto, las puertas del Olimpo de los dioses,
las que dan acceso a un recinto muy especial donde se juntan, charlan y se
solazan en sus virtudes los dioses, los más grandes, los imprescindibles, como
con el permiso de Brecht y Silvio Rodríguez, suelo llamarles yo, porque es este
Olimpo un lugar tan especial que para entrar en él no es necesario haber
fallecido, ni natural ni trágicamente (lo cual no deja de ser algo
relativamente sencillo; al fin y al cabo, tarde o temprano todos acabaremos
vistiendo el maldito traje sin bolsillos) sino haberlo merecido, lo que es bastante
más complicado que estirar la pata. Sí, eso son palabras mayores.
Por eso fue todo un
acontecimiento, del que se hablará o debería hablarse largo y tendido, que los
dioses, el pasado 27N, recibieran entre sus huestes divinas a dos nuevos e
ilustres huéspedes. Y todos, además, tendríamos que estar por ello de
enhorabuena. Yo, por lo menos, lo estoy. Cuantos más divinos menos diabólicos.
Y el primer nuevo e ilustre inquilino
del Olimpo respondía al nombre de Oinatz Bengoetxea; 32 años, 1 metro 77 centímetros de
estatura, natural de Leiza, en Navarra y para más señas, delantero en el noble arte
y deporte de la Pelota
a Mano.
El caso fue que Oinatz, tras
casi 15 años de profesional, se proclamó ese 27N Campeón del 4 ½ después de
derrotar, en un explosivo e inolvidable partido, a Jokin Altuna, por la mínima,
22-21. Y a pesar de que con esa pírrica diferencia cualquiera de los dos
contendientes pudo haber ganado, pienso que Oinatz se lo merecía una
microdécima más. Y no sólo por los años. Jokin aún tiene 20 y mucha tela que
contar. Y Oinatz, por el contrario y, ojalá me equivoque, afronta el último
tramo de su sufrida carrera. Porque su discurrir por los frontones no ha sido
precisamente un camino de rosas. Han coincido sus mejores años con los mejores
años también de quizás los dos más grandes pelotaris que la Pelota ha dado en los
últimos tiempos. Y hablo de Olaizola II y de Irujo, por supuesto. ¡Cuántos
torneos, cuántas txapelas han impedido, deportivamente los dos, y con todas las
de la ley, que Oinatz levantara o que se cubriera la cabeza con una de ellas!
Es el sambenito que los
grandes suelen sufrir en sus propias carnes cuando resulta que sus días son también
los días de algunos más grandes todavía. Pero qué se le va a hacer. Hay que
seguir, perseverar, luchar, y vuelvo con Brecht y Silvio, no una tarde, ni un
mes ni un año sino toda la vida. Sí, eso serán siempre los imprescindibles. Los
que nunca darán su brazo a torcer. Los que no se inclinan ante las derrotas,
por numerosas, dolorosas o ajustadas que sean. Porque a esos, y Oinatz es un
magnífico ejemplo de lo que digo, ganar les cuesta un poco más todavía, y las
derrotas no sólo escuecen y levantan sarpullidos allá por donde van sino que, a
veces, las muy puñeteras llegan a inscribirse en tu ADN con la odiosa palabra:
“perdedor” colgándote invisible de la espalda.
Y luchar contra eso, luchar durante
toda la vida, retorcerse hasta la extenuación, por evitar que la derrota
cincele su maldición en la piel, es una labor al alcance sólo de los verdaderos
titanes. Y Oinatz lo es. Es uno de ellos. Pero desde el 27N ya puede respirar
tranquilo, a pleno pulmón, y presumir de tener en sus alforjas la venerable Triple
Corona; ésta es, Campeón del Manomanista, Campeón del Parejas, con el riojano
Álvaro Untoria, cuando paseaba por los frontones un juego y una magia que le
hacían parecer un pelotari irreal, de
dibujos animados (juro no haber visto jugar a nadie a pelota como a aquel
Oinatz de 2015; luego las lesiones le hicieron la puñeta y más humano). Y el
27N, por fin, Campeón del 4 ½.
En toda la historia de la Pelota únicamente 7
pelotaris pueden sacar pecho y decir que son uno de ellos, poseedores de la Triple Corona. Por eso, y con el
sudor aún resbalándole por la frente, Oinatz diría en su primera entrevista después
de la Final ,
que ahora ya podía retirarse tranquilo. Pero él no lo hará. Oinatz no es de
esos que se aparta cuando cuenta con todos los triunfos en la mano. Sabe que
ahora, y si no se lo digo yo, ha llegado ese momento dulce de jugar no sin presión,
pero sí con la presión justa. Ni mayor ni menor. La ideal. Cuando lo más duro
del trabajo está ya hecho y todo lo que venga será por añadidura, porque Oinatz
se lo ha merecido. ¡Así que a disfrutar!
Y por eso ¡que se abran las
puertas!, ¡que los dioses del Olimpo muevan sus culos y se pongan de pie! Porque
entra Oinatz Bengoetxea, el navarro de Leiza, otro de los imprescindibles, como
sus nuevos e ilustres vecinos. (E inserto, a modo de homenaje, el conocido Feel de Robbie Williams, con el que
Oinatz guarda, al parecer de mi mujer y del mío, un parecido que estamos dispuestos a
discutir con cualquiera).
Y todo esto ocurriría a no sé
cuántos miles de kilómetros de altura y sobre 8 de la tarde del domingo. Pero
es que todavía quedaba más. Unas horas después, ya lo contaba antes, esas
mismas puertas del Olimpo volvían a abrirse. Y por otro deportista. De nombre
Juan Martín del Potro, Delpo, para los que quisiéramos ser sus amigos. Tenista
de Tandil, en Argentina. Más espigado que Oinatz: 1 metro 98, pero con el
mismo sufrimiento marcado en sus mejillas; en su muñeca izquierda, por ser más
concreto y menos poético. ¡Cuántos penalidades, Delpo!, ¡cuántas operaciones en
esa maldita articulación! Lo tenía todo y aspirabas a todo. Fuiste el cuarto
tenista del mundo, ganaste el Abierto de Estados Unidos en 2009 derrotando en
otra inolvidable final al entonces intocable, y siempre increíble, Roger
Federer, y las pistas de tenis no escondían ningún secreto para ti.
Hasta que llegaron las
lesiones, y los quirófanos, y las interminables sesiones de rehabilitación que,
en realidad, no rehabilitaban gran cosa. Y la muñeca, mientras tanto,
atrofiándose y aquel golpe de revés liftado, demoledor, furioso, envidiado por
todos los tenistas del circuito, tuvo que trastocarse en un toque diferente, si
Delpo quería continuar jugando al tenis. Y aquel revés liftado, demoledor,
furioso y envidiado pasó a ser, entonces, un apañado y sutil roce cortado;
elegante y profundo, sí, en muchos puntos pero una sombra del aquel latigazo
que todos los adversarios temían, de aquello que fue y salía de una muñeca de
ensueño, de aquello que muchos recordaremos siempre con nostalgia.
Y así, Delpo bajó casi hasta
los infiernos. Más allá del puesto 1000 en el ranking ATP. A principios de 2016. Pero no se rindió.
Tampoco él es de esos. Y cuando más difícil lo tuvo para sacar la cabeza del
túnel al que las lesiones le habían condenado, perseveró. Y eso es, lo que para mí, no tendrá nunca precio.
Regresa a la
Copa Davis en junio. En cuartos de final
gana el fundamental partido de dobles de la eliminatoria contra Italia. En
semifinales se impone al actual No.1, Andy Murray, en un partido enloquecido, espléndido,
y en la final derrota a Cilic, No.6, en otro enfrentamiento épico, inolvidable,
remontando dos sets e insuflando, eso tienen los candidatos al Olimpo, la energía
necesaria para que las venas del joven Delbonis bulleran de talento y
destrozara a otro Top20, Ivo Karlovic, en el 5º y decisivo partido, en tres
incontestables sets, y lograr con ello que, tras cuatro finales perdidas,
Argentina se hiciera con la codiciada Ensaladera habiendo disputando, además, y
por primera vez en la historia del centenario torneo, todas las eliminatorias
con el factor campo en contra.
Eso lo hizo Delpo resucitado.
Y después de trepar desde los infiernos; después de haberse colgado la medalla
de plata en los Juegos de Río venciendo al intratable Djokovic, entonces
también No.1, y a Rafa Nadal; después de haberse hecho con su 19ª título
individual en Estocolmo, en octubre, el primero que sumaba desde que en 2014
ganara en Sydney. Acaba con ello el año como el 38º mejor tenista del mundo y
recoge el premio que le acredita como el “mejor regreso del año”; sí, desde lo
más profundo del infierno.
Así que a eso de las 10, del mismo domingo 27 de noviembre, las puertas del Olimpo volvieron a abrirse. Y más de un dios o diosa, quizás Eolo, Atenea, Poseidón o el mismísimo Zeus se giraría para ver qué coño pasaba o a quién se le ocurriría venir tan tarde. Y entre ellos también se volverían algunos compatriotas suyos: Gardel (abajo, un tango en tu honor, Delpo), Fangio, Messi, Borges, Ginobili… sí, una tierra muy divina esta Argentina, aunque a otros les costaría más reconocerle y pensaran que aquello pasaba de castaño oscuro: ¡las puertas del Olimpo abriéndose dos veces en apenas dos horas! Pero, tras unos minutos, la figura espigada, de lágrima fácil (pero lágrimas de hombre, ¡qué bonitas!), campechana y tímidamente sonriente de Delpo (¡libradnos tú y Rafa y Roger de los hieráticos y maquinales Murray y Djokovic!) habría hecho que unos dioses mudaran sus semblantes y otros, tras esos instantes de duda, asintieran complacidos, y que todos, por fin, estiraran, por debajo de sus blancas túnicas, las manos en señal de hondo reconocimiento y admiración. Oinatz también le estaría esperando. Y quizás le saludara e intercambiara con él algunas palabras. No en vano, habían sido los dos los que habían montado semejante alboroto, los que habían hecho que las puertas del Olimpo se abrieran dos veces la misma tarde, los últimos en traspasar los umbrales divinos…
Pero el día hacía ya rato que
había declinado; un día de emociones y sobresaltos. En Gasteiz, en el Ogeta y
en Zagreb, aunque en el Olimpo de estos dioses imperecederos la fiesta daba,
entonces, comienzo. Clarines, danzas, fuegos artificiales, tambores y fanfarrias
a todo volumen anunciarían que Oinatz Bengoetxea y Juan Martín del Potro ya
podían ocupar sus respectivos asientos. Y todo esto ocurrió durante un increíble 27 de
noviembre de 2016, por la tarde, por ser más exactos.