miércoles, 16 de junio de 2021

MASCARILLAS Y GAFAS DE SOL

Para Asier, que me tomó en serio

Siempre he pensado que las personas usando gafas de sol resultan más atractivas que las que llevan los ojos al descubierto o cubiertos por unas agradecidas gafas graduadas. Era una chorrada. Posiblemente otra de esas chorradas tan propias de mí. Pero hete aquí que hace ya algún tiempo leí en alguna parte que estaba demostrado que aquellas películas (ya sabéis que lo del cine para mí es casi como una obsesión) que había interpretado Tom Cruise luciendo gafas de sol (Top Gun, Risky Business, Misión imposible, Rain Man,  etc.)  habían resultado notablemente más taquilleras que aquellas otras en las que sus ojos iban a pelo (Leones por corderos, La momia, El último samurái, etc. también). Y entonces me dije, ¡coño, quizás estemos todos ya completamente achorrados o quizás mi chorrada no sea tanta chorrada!

Pero el caso es que para las quiceañeras (no nos engañemos el público al que van dirigidas, principalmente, las películas de Tom) la cosa estaba más que clarinete. Tom Cruise está más buenorro con gafas de sol que sin ellas. Y punto. Pero yo no me estaba quieto e intenté ir más allá. Como siempre. A riesgo de hostiarme en la siguiente curva y me preguntaba, ¿será el caso de Tom extrapolable a la mayoría de los mortales? Y si eso lo pensé durante cinco minutos, cinco segundos tardé en contestar que sí. Las personas lucimos más atractivas con unas (y buenas, si no es mucho pedir) gafas de sol que sin ellas. Porque las gafas de sol, continuaba mi divague, ocultan al respetable la mirada que, según yo mantenía entonces, es el punto más flaco y difícil de controlar de los que componen el atractivo de una persona. Invito al respetable a hacer la prueba. A pensar en cualquiera. Sea del sexo que sea. Tenga la edad que tenga. Y a decirme a continuación si llevo o no llevo razón en este aserto.

Y así hasta conseguí respirar tranquilo. Una chorrada menos de la que preocuparme. Pero de repente, pasados unos años trankis, surgió la sorpresa, la catástrofe que amenazaba con derribar mi buena (eso pensaba, ingenuo de mí) teoría, porque la pandemia, el Covid-19 y, sobre todo, ¡las mascarillas! me han demostrado que si bien no estaba equivocado del todo sí que mi divague se tambaleaba de pronto y merecía urgentemente una severa revisión.

Porque para evitar la expansión del dichoso virus las autoridades no dudaron, en su momento, en difundir que el uso de las mascarillas iba a constituir (con las vacunas, claro) el verdadero freno para el Covid. Y de esta manera nos hemos encontrado todos de repente circulando por las calles con la mascarilla tapándonos hasta las narices, dejándonos únicamente visibles los ojos. ¡Vaya, justo lo contrario que las gafas de sol! Luego si mi teoría continuaba cumpliéndose, las consecuencias iban a ser realmente demoledoras. Porque de la noche a la mañana todos seríamos… feos. Y lo peor de todo, sin merecerlo, porque la culpa (una culpa más que añadir a la neumonía: la proliferación como setas de auténticos callos-malayos) la tendría el Covid y, por extensión, la jodida mascarilla.

Pero como casi siempre pasa, o me pasa a mí y me parece flipante, el acuerdo y el desacuerdo están tan cerca el uno del otro que, a veces, podemos llegar a confundirlos y tomar a la razón por la sinrazón, y viceversa. Porque, cuál no sería mi sorpresa, y continúa siéndola diariamente, cuando descubro que las mujeres (no oculto mis inofensivas inclinaciones) con mascarilla se muestran más bonitas que sin ella. Se resaltan sus ojazos, alucinas con sus miradas pintadas con las que no sabes a qué atenerte, o te entretienes pensando que se esconderá debajo de esas pestañas en curva, debajo de esa tela quirúrgica que ni por lo más remoto hubiéramos podido imaginar encontrar en el escaparate de un sex-shop (conste que hablo de las FFP2, por ejemplo, y no del clásico antifaz a lo Catwoman).

Luego mi teoría debía tomar un giro drástico, una puntualización. Sin lugar a la más mínima duda. Tengo unos principios, decía más o menos Groucho, pero si no le gustan estos, también tengo estos otros. Por lo que a las gafas de sol les colgué un letrerito donde se leía ¡espera! Porque estas gafas de sol no hacen a una persona, o a Tom Cruise, más atractivo sino que es la ocultación (la mascarillas me lo confirmaron) de una parte de nuestro rostro quien lo consigue. O, por extensión, de una parte de nuestro cuerpo. O, ¿no resulta también más atractivo un traje de baño, un bikini o un coqueto tanga que un tipo o una mujer paseando sus partes pudientes a la buena de Dios, con las tetas a rebote limpio o las pelotas desfilando y  cimbreándose en el aire como una brújula que hubiera perdido el sentido y el Norte?


Por lo que aquel famoso adagio de más vale sugerir que mostrar no sólo habría ganado la partida a mi primera y precipitada idea sobre las gafas de sol sino que ahora que parece que muy pronto podremos decir adiós a las mascarillas, quizás (y mire usted por dónde) más de uno o de una vaya a echarlas de menos. 
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