No es lo mismo aunque los cronistas no quieran darle mucho bombo ni sacar de ello demasiada sangre. Porque hablar, tampoco se habla mucho de esas gradas vacías, de esos campos a la intemperie, de esos partidos donde se escucha a los jugadores proferir esas llamadas o gritos que no pueden contener. Porque aunque los prebostes de nuestras existencias se empeñen en lo contrario, esta nueva normalidad de marras en la que andamos enredados, como mucho es “nueva”, pero jamás será “normalidad”.
¿O es que, ahora, el público no vale para nada? ¿O
es que, ahora, el público sí que es realmente,
si hablamos del fútbol, el jugador nº 12, o sea, ése que provocaría la
eliminación ipso facto de su equipo
(del alma) por alineación indebida? Vaya y yo, por lo menos, que me creo parte de él, me cierro en banda y me
niego a creer que no valgo para nada. Porque si soy parte del público, ya soy
algo y dejo, automáticamente, de ser nada. Acaso, incluso, pueda ser una parte
de lo que diseña y escribe esta entradilla.
Por lo tanto, y en estos momentos, si algo debiera apuntarse a la categoría de “nada-de-nada” será esta (nueva) normalidad. Porque las competiciones deportivas se están jugando sin público a la vista. Y continúan jugándose como si no pasara nada, y que me valga la redundancia. Se corrió el Tour, el Giro y la Vuelta. Se ha jugado el Master de tenis, y se están jugando, entre otras, las diferentes ligas nacionales de fútbol y sus correspondientes Champions o Euroleaques, o como quiera que se llamen a las ligas europeas. Sí, claro, se insiste en continuar adelante como si nada pasara cuando, en realidad, está pasando de todo.
Porque si hemos quedado en que algo somos y las competiciones deportivas se disputan sin nosotros, en algo estará influyendo nuestra ausencia, ¿no?, la ausencia del tan ensalzado en otras ocasiones, y por continuar con el fútbol, jugador nº12. Y me acuerdo, entonces, del maestro Zen, del hijo de Buda, del insobornable y en ocasiones, flemático y toca-pelotas de Phil Jackson, el gurú que ayudó a ganar seis Anillos de campeones de la NBA a los Bulls de Michael Jordan. Y es que el místico de Phil, cuando la NBA cerró por aquella huelga en la que los jugadores se plantaron durante la temporada 1998/99, y se vio obligada a reestructurar su calendario (no se empezó el 3 de noviembre sino el 2 de febrero), y reducir el número de partidos a disputar por cada equipo durante su Liga Regular de 82 a 50 y de la que, finalmente, acabarían coronándose campeones los Spurs de San Antonio con un exultante Gregg Popovich al frente de su banquillo, no tuvo reparos en bajarle los humos y declarar, digo, el bueno de Phil, aquello de campeones sí, Gregg, pero campeones con asterisco.