Aunque hablando en plata, y para entendernos ya o, por lo menos, para que alguien me entienda a mí y lo que quiero explicar en esta nueva entrada a cuenta de la maldita pandemia que nos atosiga un día sí, y otro también y peor, concretaría en que dos son las respuestas o las alternativas a poner sobre la mesa ante la pregunta planteada. Quizás haya más, quién sabe, este mundo es inconmensurable aunque en estas dos respuestas que transcribo me parece que pueden entrar muchas otras que se quedan en el aire sin que nadie acierte a ponerles un nombre. Vamos que la respuesta o la cuestión yo la dirimiría entre SUFRIR la situación que nos pone frente a los ojos el covid o DISFRUTAR, en la medida que el jodido virus nos deje, y luchando siempre contra viento y marea y respetando las consignas (todos sabemos cuáles, no las voy a repetir) que nos lanzan los expertos.
Sí, tal vez a esto se reduzca todo: a sufrir la vida o a disfrutar la vida; y repito, disfrutarla sin ser un incendiario, disfrutarla importándome lo que les sucede a los demás porque ya lo he escrito muchas veces, yo soy los demás. Todo depende del lugar desde donde me mire.
Y para que esto se entienda todavía mejor, y ya que aún ando dándole vueltas al bueno de Hitchcock, se me ocurre recurrir a dos películas suyas o, mejor dicho, a dos de sus actrices favoritas para explicar esto de SUFRIR o DISFRUTAR la vida.
Una de las películas sería la excelente Encadenados, con Ingrid Bergman compartiendo el protagonismo con un Cary Grant, que nunca se mostró más antipático y soseras. Y así, cuando vemos o volvemos a ver la película nos daríamos perfecta cuenta de lo que estoy tratando de decir: Ingrid Bergman SUFRE las situaciones que le plantea el argumento de Encadenados, Ingrid Bergman SUFRE con cualquier giro que toma el guión; Ingrid Bergman es una pura congoja, un bajonazo; sí, definitivamente Ingrid Bergman SUFRE la vida.
Y entonces no es casual que, posiblemente, entre la cara de palo de Cary Grant y los agobios de Ingrid Bergman, los dos aporten un impagable grano de arena a la que es, seguramente, la película menos disfrutona de Hitchcock, aquélla donde las sonrisas del espectador más brillan por su ausencia.
Pero ahora demosle la vuelta a la tortilla y vayámonos hasta la no menos excelente La ventana indiscreta, y hasta Grace Kelly. Porque Grace, a diferencia de Ingrid, DISFRUTA con las situaciones, con el argumento y con cada giro que va tomando el guión de la película, y a pesar de los pesares o gracias a ellos. Porque verla entrar en el apartamento del supuesto asesino, en la auténtica guarida de los ladrones moviéndose como si de un juego estuviera participando, lanzando inocentes miradas y guiños a los ojos de unos estupendos Jimmy Stewart y Thelma Ritter, mientras estos observan, desde la ventana de enfrente, sobrecogidos ante la ignorancia de Grace de que el asesino ha vuelto a entrar, por sorpresa, en su apartamento y está a punto de descubrirla… , es toda una declaración de intenciones.
Cierto es que el tono, más o menos amable, de La ventana indiscreta es bien diferente de la sequedad que destila Encadenados, pero no es menos cierto que las distancias que representan Ingrid y Grace son, igualmente, siderales. Si Ingrid SUFRÍA la vida, Grace la DISFRUTA.O si no, ¿quién puede extrañarse hoy en día porque el severo, rígido y sesudo intelectual, y uno de los padres del neorrealismo cinematográfico, Roberto Rossellini eligiera a Ingrid por esposa, y que el príncipe Rainero, consorte de ese pequeño reino del dolce fare niente, también conocido como Mónaco, lo hiciera con Grace?
Porque a esto es a lo que quería ir cuando me plantaba la situación que vivimos con el covid. El bicho está ahí, correcto. Pero tomémoslo, ya sé que es difícil o, incluso, disparatado, como parte de este diabólico juego que nos plantea a diario la vida y DISFRUTEMOS con la-que-está-cayendo o tengamos siempre la DIVERSIÓN como objetivo, a la Grace Kelly de Hitchcock y a su impagable ventana como referencia, y dejemos, por unos meses aparte, a la llorona, triste y SUFRIDORA Ingrid, a la Ingrid Bergman de Encadenados (¿o no rodaría, después, con el mismo Hitchcock Atormentada, película y título que le venían, y ya que hemos hablado de enlaces matrimoniales, como anillo al dedo?) que nos quiere enseñar que esta vida no es un camino de rosas sino una tortura china donde el buen humor queda siempre fuera de lugar. Y sobre esto, hoy por lo menos, no quiero tomar apuntes; haré oídos sordos y que la señorita Ingrid me perdone si, de momento, y mientras dura esto del covid, le pongo la capucha al boli.