Porque vamos a
ver, ¿cuál ha sido la mejor película española de 2018?, ¿o su mejor momento,
ese instante dulce al que a veces no he tenido más remedio que acudir
olvidándome de que su duración sean apenas unos segundos, un minuto o un cuarto
de hora, olvidándome de la película
entera? Y entonces me centro, recuerdo la voz de estos súper tacañotes que
me hablan en voz baja, pero insistentemente, mientras estoy sentado frente a la
pantalla de cine, y trato de hacer balance, y de repartir estos premios de mi
propia cosecha.
Sí, pero ¿premios,
en plural?, o ¿ser más estrictos y apostar por el singular? Sí, quizás haga
esto último porque a cualquier buen espectador no le sonará a chino que
películas españolas buenas, de esas que, para mí, rozan o pasan el aprobado,
pueden contarse con los dedos de una mano… y hasta quizás pudiera sobrarnos
alguna falange.
Luego, y
concretando, mi película española de 2017 ha sido Petra, de Jaime Rosales. Y eso que su director no es uno de mis
tipos favoritos, pero ni falta que hace. Petra
es una buena película, valiente, con riesgo y aunque a menudo suene a dejá vu, es una buena película para mayores.
Y aquí toco uno de esos puntos, a los que antes aludía, que me trae de cabeza o... por el camino de la amargura cuando me pongo a ver y a hablar sobre el dichoso cine español de nuestros días. Porque considero que el principal defecto de este cine español continúa siendo que es un cine de pantalones cortos, o sea, un cine pensado y realizado por "niños" y para "niños" entrecomillas por supuesto, un cine que aún no ha pegado el estirón y continúa durmiéndose a las mañanas antes de ir al cole.
Y si repasamos las películas más agraciadas, las candidatas a los premios gordos, no tenemos más remedio que asentir ante semejante afirmación: Campeones, Viaje al cuarto de mi madre, Sin fin, incluso, Quién te cantará, etc. son cine inofensivo, sin peligro alguno, hecho para "niños", y sin que haya que fijarse en los deneis sino, más bien, en la edad mental. Incluso el patinazo de Farhadi con Todos lo saben (¡hasta Darín está horrible esta desgraciada película!). Sí, un panorama demasiado infantil o, siendo más "clarinete", desolador.
Y aquí toco uno de esos puntos, a los que antes aludía, que me trae de cabeza o... por el camino de la amargura cuando me pongo a ver y a hablar sobre el dichoso cine español de nuestros días. Porque considero que el principal defecto de este cine español continúa siendo que es un cine de pantalones cortos, o sea, un cine pensado y realizado por "niños" y para "niños" entrecomillas por supuesto, un cine que aún no ha pegado el estirón y continúa durmiéndose a las mañanas antes de ir al cole.
Y si repasamos las películas más agraciadas, las candidatas a los premios gordos, no tenemos más remedio que asentir ante semejante afirmación: Campeones, Viaje al cuarto de mi madre, Sin fin, incluso, Quién te cantará, etc. son cine inofensivo, sin peligro alguno, hecho para "niños", y sin que haya que fijarse en los deneis sino, más bien, en la edad mental. Incluso el patinazo de Farhadi con Todos lo saben (¡hasta Darín está horrible esta desgraciada película!). Sí, un panorama demasiado infantil o, siendo más "clarinete", desolador.
(Tal vez de esta
quema pudiera salvar el Entre dos aguas,
de Isaki Lacuesta, que sí que sería una película para mayores, aunque sólo
fuera por la aguerrida fisicidad que respira, pero que me parece, bien mirada,
una apuesta casi suficiente; sí, casi[1]. Y este casi me
obliga a escribir este parrafito entre paréntesis).
Luego Mejor
Película Española de 2017, Petra.
Pero después de todo, ¿a qué me refiero cuando hablo de películas para mayores
y películas para niños, como aquella gran
familia, con su inefable y escurridizo Chencho, que nos puso los rasgos de
una tierna y simpática abuelita durante los años sesenta? Porque 2017 me lo
habría puesto a huevo para tratar de explicarme.
Tomemos, por un
lado, la aclamada y premiada Carmen y
Lola, la ópera prima de Arantxa Echevarría que nos cuenta los amores entre
dos jóvenes gitanas que se descubren enamoradas en un mundo tan hostil y
agresivo frente a estas desviaciones del corazón como es esa sociedad donde se
han criado y viven. Y entonces, digo, que Carmen
y Lola, una película que dispone de todos los ingredientes para ser una
película para adultos, seria, tensa, corrosiva, crítica y sangrante, se
convierte en un “bluff” pastelero, con menos peligro que uno de esos coches que
circulaban por las pistas del Scalectrix
de nuestra infancia. Sí, otra película spanish
con pantalones cortos.
Pero ahora,
comparémosla por ejemplo con Las
herederas, la película paraguaya finalista (Roma, de Cuarón fue la ganadora) en los Premios Forqué a la Mejor Película Latina. También Las herederas nos cuenta una historia de
esas desviaciones del corazón. Chela (una magnífica Ana Brun) es una mujer de
50 años, que no ha salido del armario, y que sufre una relación fallida con la
joven Angy que no llega a entender el amor sincero que le profesa Chela y la abandona. Aunque, al final Chela, en un gesto de notable valentía, abandona en solitario
la casa donde ha residido desde niña y huye al volante de un coche para el que
ni tan siquiera tiene licencia para conducir. Pero, ¿qué más da? Chela es, por
fin, libre. El armario se ha quedado a su espalda, con las puertas abiertas de
par en par, aireándose. Sí, pero Las herederas es una película para
mayores. con todas las de la ley. En las antípodas estéticas (que no temáticas) de la bienintencionada,
pero apenas nada más, Carmen y Lola.
Por cosas así, en
definitiva, el grueso del cine español continúa deprimiéndome. Aunque sin
perder la esperanza. Porque a pesar de que, a veces, se nos antoje una tarea
titánica, en realidad puede que no sea para tanto. Seguiríamos hablando de
armarios, pero para descolgar de una de sus perchas un bonito pantalón largo y
dejar, de una vez por todas, estos otros cortos, tan raquíticos que a partir de
los 16 años se me antojan una prenda que “ya no toca”, como tampoco “toca ya”
el chupete cuando alguna contrariedad nos llama por nuestro nombre.
Y si esto se me
ocurre con las películas españolas o de habla hispana, con películas enteras, con los
instantes, sobre mi instante preferido no albergaría duda alguna. Me quedo
con Sergio & Serguei, la película
cubana que también ha aspirado, y perdido, en la carrera por el Premio a la
mejor Película latina de la última edición de los Forqué. En ella un
radioaficionado cubano, Sergio, traba relación y amistad con Serguei, un
cosmonauta ruso, que surca en solitario el espacio a bordo de una MIR y al que,
tras presentársele algunos problemas con la nave, ayudará a regresar a la Tierra. Y en ella habría
asistido posiblemente al momento más
mágico y entrañable que he contemplado en el cine hispano de 2017, cuando
Serguei hablándole a Sergio del régimen soviético y del porqué muchos
compatriotas aguantaron tantos años de miserias y opresión, le cuenta esa
fábula sin desperdicio del sapo que
arrojado a un cazo con agua hirviendo pega un salto y huye despavorido, pero al que sin embargo
cuando se le arroja en el mismo cazo con agua fría, y ésta se va calentando
poco a poco, hace que el sapo muera achicharrado sin darse cuenta.
Un bonito cuento sobre cómo las costumbres lejos de llevarnos a la
felicidad, muchas veces nos ocasionan la muerte más soportable, ésa que nos
llega de forma inconsciente, pero tan mortífera como un balazo en plena boca
del estómago. Y son, sin duda, cosas como éstas las que me siguen y seguirán
haciéndome ir al cine y guardar cola frente a las taquillas; eso sí, con la
cabeza bien despejada y pertrechado con unos buenos pantalones largos.
[1] Un ejemplo de este
lamentable estado de nuestro cine español reciente sería, precisamente, que
Isaki cuenta ya en su cartera con ¡dos Conchas de Oro al Mejor
Largometraje en el Festival de San Sebastián! Y sin embargo, ¿quién conoce a
Isaki fuera de estas fronteras nuestras? ¿Lo compararíamos con un director que ha
logrado dos Oscars, o dos Palmas de Cannes, o dos Osos de Berlín, o dos Leones
venecianos? Sí, seguramente, las comparaciones nunca serían tan odiosas.