viernes, 17 de agosto de 2012

DE QUÉ CRSIS ESTAMOS HABLANDO


Ando un poco obsesionado con esto de la crisis. No con la económica que, al fin y al cabo, tarde o temprano se pasará y cuyos protagonistas ya despiden (por lo menos despiden para mí) un tufillo, cuando no pestilente aroma (seamos claros), a querer mantenerse en las cabeceras de los periódicos y televisiones de medio mundo, le pese a quien le pese, por la nada loable razón de haberle cogido el gustillo a la “alfombra roja”, a los destellos de los flashes y micrófonos de fotógrafos y reporteros ávidos como nunca por hacerles una foto o extraer de sus bocas una palabra, una contraseña salvadora que nos dé ánimos, a nosotros con los  bolsillos cada vez más vaciados, para seguir adelante.

Pero ellos ya son los protagonistas de esta mediocre historia de telefilm de sobremesa veraniega y dominical en que se ha convertido la crisis económica. Son ellos los consejeros de cuántas de empresas, que facturan cuántos millones, y que son todos muy listos (¿o serán todos muy listillos?), ministros de economía, primeros ministros, grandísimos inversores, presidentes, analistas, brokers y demás especimenes que no tienen, paradójicamente, ningún problema para llegar a fin de mes o disfrutar de unas bonitas (¿y honrosas?, quizás sea pedir demasiado) vacaciones en algún paradisíaco lugar al margen, paradójicamente otra vez, del mundanal y caótico estruendo que ellos mismos se han encargado de montar.

Todos ellos hablan mucho. Aunque yo cada vez les entiendo menos. Pero se agarran con las uñas y los dientes a la poltrona, se han enganchado a la moqueta y no quieren dejar de pisar la blandita alfombra roja y bajarse al duro asfalto que el común de los mortales nos zapateamos a diario. Han descubierto el placer de ser las estrellas. Y parece que, ahora, nos están pidiendo a los demás que descubramos el placer de ser los estrellados. Incluso le han puesto un nombre más digno a la operación: “sacrificio” (y ya sabemos que toda esta parafernalia pseudo-cristiana hace que las palabras nos resulten más soportables).

Sí, es la “erótica del poder”, nos explicaban hace años algunos de los más modernos sociólogos. Pero a mí esta erótica ya me ha tocado los cojones, y no me la ha puesto dura. No entiendo el meollo de esta crisis económica, y me aburren los diálogos (que se repiten hasta la saciedad) de estos protagonistas siempre tan educados y oliendo a colonia de 100 euros el frasco. Así que he decidido zapear a la velocidad que desenfundaba Shane (¿os acordáis de Alan Ladd, y de Shane o Raíces profundas para su distribución española?) en cuanto cualquiera de esos actorzuelos hace su aparición en la pequeña pantalla y empieza a pronunciar la maldita palabra “cri…”.

Por lo que ¡ya!: me olvido de la crisis económica, y se acabó. Y me (pre)ocupo de la otra. De la crisis humana o de la crisis de los valores no bursátiles sino humanos. Porque si la otra se remontará cuando los actorzuelos lo deseen o se cansen de caminar sobre tapices mullidos, lo de la crisis de los valores humanos es más jodido. Si se pierde la confianza en los semejantes que nos gobiernan, en casi todos los semejantes que no seamos nosotros mismos, o nuestro tío o algún pariente muy-muy cercano y sólo acertamos a decir “semejante caradura, semejante cabrón o semejante piii….”, entonces la crisis es muy-muy grave y que, nadie lo dude, su recuperación muy-muy larga.

Ganarse la confianza de los mercados es una cosa que se recupera pronto. En cuanto el IBEX lo diga. Pero ganarse otra vez la confianza en nuestros semejantes es harina de otro costal. Nadie, ni tan siquiera el IBEX, nos lo puede pedir y menos, ordenar. Por lo que propongo un par de ejemplos que, quizás, nos echen un capote en este sentido. Uno, los Juegos Olímpicos: ver a los atletas y a las atletas sirias, norteamericanas, alemanes, turcos, israelitas y etc. (¡de más de 200 países!) compitiendo por el simple hecho de poder decir “yo-también-estuve-allí:-en-unos-Juegos-Olímpicos”. Y dos, ese cuartelillo de la NASA donde se daban cita un grupo nada despreciable y cosmopolita (cada uno de su madre y de su padre, sin importar el país de origen, ni el color de la piel, ni el sexo, ni la lengua que hablan ni la religión que profesan) de las cabezas, posiblemente, más agudas de nuestro mundo, chillando, aplaudiendo y riendo como chiquillos cuando, ¡nueve meses después de su puesta en órbita!, un armatoste llamado “Curiosity” posaba sus ruedas sobre la superficie de Marte y enviaba una sencilla foto en blanco y negro del suelo marciano; una foto en la que, no necesitaría escribirlo, ninguno de esos protagonistas del telefilm dominical y veraniego, a los que antes he aludido, deja asomar su estirada y estúpida sonrisa de sabérselo-todo.

Algunos diréis que soy un ingenuo. Pero estas cosas olímpicas y marcianas sí me “ponen”. Me congracian con el ser humano. Hacen que me sienta orgulloso de ser uno de ellos.        


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